Los mejores guardianes del Parque de María Luisa de Sevilla

Los cisnes son la solución provisional ante la falta de implantación de la más que necesaria y recomendable tasa turística

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Ocas en el Parque de María Luisa
Cisnes en el Parque de María Luisa / M. G.

06 de mayo 2024 - 05:00

Sevilla/A falta de que el cuerpo de serenos aumente y se prestigie cada noche como la particular guardia suiza del alcalde, a falta de una plantilla de Lipasam (LipaSanz en el actual pontificado) adecuada a una Sevilla que en 2024 recibirá más de tres millones de turistas, a falta de que el muy dilecto consejero Arturo Bernal acceda al cobro de la tasa turística, a falta de que alguien trace un plan de respuesta integral a la sobre-explotación del centro histórico, tenemos al menos el cuerpo de cisnes del Parque de Maria Luisa como solución de choque para tanto desorden. Los cisnes tienen mucha más fuerza de la que los barandas municipales se puedan imaginar. Hay que pedir para que los cisnes, como las ocas de la Roma clásica, sean los grandes aliados de los sevillanos en los peores momentos de decadencia provocado por el turismo depredador. Las ocas avisaban de la llegada de los bárbaros, permitían ese tiempo de reacción que salvaba vidas cuando el enemigo entraba con toda su mala leche. Muchos cisnes y muchos serenos necesita esta Sevilla. Cisnes que te encuentras de paseo por el parque de los parques, porque los turistas no acuden a otro que no sea el diseñado por Forestier. Y por allí deambulaban ayer los cisnes, como vivaqueaban los clientes de la Nueva Raza, que llamamos así al restaurante que ocupa el local de la Raza de toda la vida porque no hay un rótulo que informe de cómo se llama el negocio de hostelería asentado en el antiguo pabellón de información de la exposición iberoamericana de 1929, de la que pronto se cumplirá el centenario, un hito del que esperamos que doña Amparo Graciani nos ofrezca la mejor interpretación como comisaria de prestigio de los actos conmemorativos.

Pero ahora volvamos a los cisnes, porque ayer domingo andaban nerviosos como las ocas en los últimos días del Imperio. Sevilla, ciudad de pájaros. El parque, el paraíso amenazado de los cisnes. Muchos tenemos la convicción de que los cisnes sólo aceptan como buenos vecinos a los militares del Cuartel General de la Fuerza Terrestre que dirige don Carlos Melero, que se dice Capitanía cuando le pedimos a un señor taxista que nos lleve al destino. Cuando llega el festival de Icónica, los cisnes sacan algún provecho de los restos que dejan los asistentes, pero están hasta el pico de fotógrafos improvisados y zarrapastrosos que no traen precisamente riqueza. Es la hora de proteger a los bellos cisnes, tan blancos y elegantes, tan altivos y señoriales. Ayer se paseaban como señoronas que inflan las aletas de la nariz para exhibir su desaprobación ante tanto caos y desorden. A los cisnes solo faltaba oírles quejarse, pasaron al ataque, se salieron del estanque y reconquistaron sus espacios. Toda una rebelión. Tarda el alcalde en sacar el ejército de los cisnes del Parque, precedente de la tasa turística que habrá que implantar en una ciudad que exige un plan global, una visión de conjunto ante el fenómeno del turismo, una mirada a largo plazo con serenidad y cabeza en una sociedad de prisas, excesos y demasiado trasiego.

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