¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La calle Cuna tenía hasta hace poco más de noventa baches, que Pepe Barranca los contó siendo defensor del ciudadano del Ayuntamiento de Sevilla. Recordaba las indagaciones de este genial militar de Caballería al pasar por enésima vez por esta calle abierta en canal, que estos días te deja los zapatos como si vinieses de la cena de la noche del alumbrao. El alcalde ha podido hacer pocas obras este verano, ya sea por la pandemia o por las limitaciones presupuestarias, pero ahí está Cuna, desnuda y a punto de estrenar nueva piel, al menos en el tramo más próximo al Salvador, el que incluye los servicios de señores (Benidorm) y señoras (Acetres) en las mediodías y noches de cerveza. La pena ha sido que mi Juan (Espadas) ha apostado por quitar los pocos adoquines que quedaban en la calle para colocar el insípido granito de chalé de nuevo rico del Aljarafe con piscina decorada con estatuas pseudoclásicas. La calle tendrá en breve esa estética homogénea que provoca el peor elogio que se puede recibir de un ignorante: "Precioso, Juan, lo has dejado todo precioso". Como cuando la Gerencia de Urbanismo del Partido Andalucista colocó el pavimento rosáceo en Sierpes. No quedarán ya los baches que inventariaba el gran Barranca, pero al precio de prescindir de los adoquines que marcan la estética de buena parte del callejero del casco antiguo. Entre la asquerosa pizarra, el churretoso acero corten y el inevitable granito, vamos poco a poco destrozando la estética de los firmes del centro como en los peores años de las capas de asfalto. Miedo me da ver el resultado de la calle Mateos Gago. Del granito sólo se van a alegrar los costaleros y las señoras que usan zapatos de tacón, que siempre buscaban el tramo central que carecía de adoquines. Tan importante es cuidar las volumetrías de los inmuebles del centro como los suelos que pisamos. Y eso no hay comisión de patrimonio que lo cuide, salvo que nos tomemos a risa cuanto ha hecho este organismo desde su constitución. Dentro de unos años llegará un baranda que declarará el adoquín como pavimento protegido, pero ya será tarde, como ya lo es para proteger el caserío de los siglos XVII y XVIII, demolido con las bendiciones administrativas y gracias a la indolencia ciudadana. En breve, en cuantito pase la pandemia, Dios lo quiera, aprobaremos todo lo que sea una obra, la apertura de un negocio o un nuevo edificio, sin el menor control. Porque lo justificaremos todo en la necesidad de promover la economía. ¡Más granito, más granito, Juan! Los adoquines de hoy están... en la Gerencia de Urbanismo.
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