La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Dicen que la primera y la última palabra de nuestra vida es mamá. A su madre llamaba la mía cuando se nos iba apagando, aunque, afortunadamente, hay en mi vida niños que dicen papá con la misma ternura. Es posible que sea por lo fácil que es pronunciar la eme porque reconozcamos que la g, fonema velar, si se nos enreda con la erre, vibrante, nos complica la cosa. No le podemos pedir tamaña proeza a un bebé que apenas está aprendiendo a respirar ni a quien le queda un aliento final. Pero, en puridad, la primera palabra que todos deberíamos decir es gracias. También la última. El regalo de la vida es tan único que merece que la celebremos incluso en la zozobra. Que no es mi caso, ahora. Digo gracias con la boca grande, gracias por lo importante, gracias por lo menudo y gracias por este oficio que nunca ha dejado de darme lecciones. De su mano he llegado a personas indispensables que me han bienquerido y me han ayudado a crecer. Como Luis Sánchez Moliní que un día –sonriendo por teléfono porque Luis sonríe levemente hasta callado– me propuso este lugar en el mundo que llamé Baja temeraria. Si no le gustó el título, discretamente provocador, nada objetó como nada ha objetado nunca: jamás una indicación, siempre el respeto a mi opinión y enorme benevolencia con mis desbarres. Me he sentido en casa en estas páginas que voy a seguir sintiendo mías, para aparecer de cuando en vez, para recordar que escribir –contar– es una de las razones de mi vida y, sobre todo, para encontrarme con esos lectores que le dan sentido a cada palabra, a cada esfuerzo, a cada idea. Hija de la radio –militante de la radio que es el ropaje de mi identidad– soy de la escuela de los guiones, aunque luego se rompan con la adrenalina del directo, porque no sé pensar sin teclear. Escribir para mí es ordenar el ruido, el ajeno y el propio. Darle nombre y apellidos a quienes hacen mejor el mundo que habitamos. Ponerme quisquillosa y criticona. Hablar de libros y de escritores, de ciudades y arquitectos, de políticos y de derechos. En este hueco he dejado la huella que me han dejado algunos autores que son ya mi vida. En este hueco he escrito una cartografía que ha sido mi agenda emocional. Y he sentido a los lectores como el mayor estímulo para despejar la molicie en todos los sentidos. Para sacudirme la tentación de los lugares comunes y los sectarismos protectores. Para sentir el aliento en la nuca de quienes compran un periódico, buscan la realidad en forma de noticias y a veces también con firma y seña. Ojalá entendernos en la discrepancia, ojalá acordar el desacuerdo –vuelvo a citar a Javier Aristu porque los maestros no se mueren nunca y hay ideas que no caducan jamás– ojalá entendernos desde puntos de vista diferentes para que no quede ningún ángulo ciego. Gracias lectores. Gracias Diario de Sevilla. Guardadme un sitio, que me he dejado aquí el corazón.
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