La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla... nos convierte en torpes
Crónicas levantiscas
GOL de Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno acabará el año 2022 tal como pretendía, con toda la polémica agenda legislativa aprobada y con mayoría progresista en el Tribunal Constitucional. Aunque no se den cuenta, los populares están fabricando un pequeño pan con muchas tortas, turrones y mazapanes, Sánchez ha conseguido reducir el debate en el Constitucional a si el presidente es Cándido Conde-Pumpido o María Luisa Balaguer; es decir, o un fiscal progresista o una catedrática de Derecho Constitucional aún más progresista y feminista. La consolación del PP se reduce a tratar de impedir que Pumpido, al que detestan desde que fue fiscal general del Estado, presida el tribunal de garantías.
Este último movimiento de Sánchez muestra la sagacidad de quien fue dos veces ejecutado por la dirección de su partido. Ahora hay en marcha una tercera ejecución, aunque a pellizcos y en diferido, liderada por los nostálgicos del cambio de 1982. Algunos terminarán como Joaquín Leguina y Corcuera, monitos de circo en los platós de la derecha mediática, aplaudidos por quienes en los años noventa protagonizaron la cacería política, judicial y periodística de Felipe González. Pedro Sánchez cae mal, se ve en todos los sondeos, pero es mejor contar hasta 10 antes de hacer el ridículo.
Las proposiciones de ley cuya votación impidió el Constitucional no volverán a ser presentadas, esa polémica se ha acabado, y sólo queda renovar un Consejo General del Poder Judicial que está inutilizado, sin presidente estable y camino de convertirse en un sarcófago de momias.
Solventado el problema judicial, Sánchez también ha aliviado el catalán. A las bravas ha conseguido reducir las penas del delito de malversación, por el que varias decenas de ex dirigentes de la Generalitat durante el Procès van a ser enjuiciados a lo largo de 2023, habrá fallos y condenas, pero no serán tan altas. Lo que Sánchez temía en Cataluña era una revuelta a los pies de unas elecciones en la que su socio, ERC, se viese arrastrado por el partido de Puigdemont, lo que hubiese supuesto una vuelta a 2017.
Sánchez deja expedito 2023 para su larga campaña, en la que lo empeñará todo a la economía y a Europa, con Cataluña a favor. Nadie vota por agradecimiento, sino por expectativas, y el apocalipsis de 2008 no se volverá a repetir.
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