Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
La cárcel de Santa Cruz de La Palma pasa por ser el mejor destino penitenciario que uno puede tener. Funcionarios y presos dicen estar en ella "en familia". Busquen una foto, y creerán que el buscador les está gastando una broma: el edificio podrá ser la casa de un indiano cántabro o asturiano, si no fuera porque el balcón techado de madera lo delata como canario. La improbable penitenciaría fraterna está a diez minutos caminando del ayuntamiento, en buena medida por tranquilas calles peatonales paralelas a la costanera de la ciudad. Este ejemplo sirve para denotar un sitio poblado por gente pacífica -en general: una cárcel, hay-, con poca de la rareza atribuida a quienes habitan un sitio de poca extensión y rodeado de mar. Tuve la suerte de estar hace años varado en La Palma una semana sin motivo, como ensimismado y atado por el gusto por no irme de donde estaba tan a gusto, quizá por haber pasado quince días previos en El Hierro. Que aquel estado de gozo alelado tiña mi juicio de idealizado no quita para afirmar que aquella no es tierra de sobresaltos, mala baba ni maldad que uno pueda respirar.
Y salvo que los noticieros de todas las cadenas se hayan puesto de acuerdo para hacernos un show de Truman, lo arriba dicho cuadra con la forma en que los paisanos peor atacados por la erupción del volcán se manifiestan ante la desgracia y la catástrofe: pausados, serenos, sin estridencias ni llantos -que serían más que comprensibles-; gente por lo demás tan bien hablada y de forma tan natural que quizá su dialecto constituya una de las más bellas formas de mecer el castellano con la palabra, de cantarlo con suma corrección. Así sucede con las variedades fonéticas de las otras seis islas. Personas que hablan con contención mientras a su espalda el magma se traga su casa y su platanera: ya los lagartos nunca harán sonar sus hojas secas al reptar, huidos o muertos por el calor de la tierra.
No sólo la ministra Maroto, la del "reclamo turístico" del horror volcánico, sino muchos otros admiradores de la belleza del desastre mueven esta pieza a sugerir optar por la compasión. Esto es, por "padecer con alguien", un semejante que sufre. Por acompañarla o aliviarla. Porque si los piroclastos son belleza que mueve al embeleso, algo poco humano nos mueve. Valgan estas letras para expresar admiración por la actitud de la gente de La Palma, sobre todo de aquellos castigados tan duramente. Y hacerlo con ustedes, y por ellos.
(Hoy era el día de hablar de Pandora, pero la caja de los truenos offshore puede abrirse como un volcán de aquí al sábado. En Economía, si gustan.)
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