¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
No es exclusividad de los ancianos. Ni de los soldados de una guerra. Nunca lo ha sido, pero ahora nos enteramos más y con más inmediatez. Te bombardean el teléfono con chorradas, naderías o, peor aún, con opiniones políticas o futbolísticas marcadas por la vehemencia. No miras ni medio segundo los mensajes hasta que aparece la muerte de un médico de 48 años. Reconocido, querido, con perfil de deportista y con una imagen sana. Recuerdas la de Bernardo José de Castro, otro deportista, cada vez que pasas por la glorieta que tiene dedicada en el Parque de María Luisa. En aquel sitio con encanto, donde reside la memoria del compañero hay imágenes de Bernardo, flores y un cartel improvisado donde se ruega respeto por las fotos. Evocas a don Miguel, el inolvidable director de colegio que impulsó Tabladilla con la fuerza de su vocación y de su juventud. Todavía lo vemos jugando al fútbol con los padres más aficionados a disputar el partido de los viernes. Y a todos y muchos más los hemos ido despidiendo.
La gente joven se muere. Vivimos más, sí, pero el chorreo no para. Uno no sabe si pensar malamente del deporte, que siempre se ha dicho que es mejor la mera actividad física:estirar, caminar y poco más. O son simplemente los genes. O el covid nos ha alterado. No oigo hablar del primer día de uso de las lenguas co-oficiales en el Congreso. Los comentarios en privado son sobre las muertes de gente a la que no le correspondía morirse, porque somos tan soberbios en el fondo que inconscientemente repartimos carnés de vida o de muerte. La muerte es transversal, que diría el analista cursi. Abarca a todos, es el negocio que nunca quiebra, está íntimamente relacionada con la vida pese a su mala fama.
¿Por qué se nos muere gente en plenitud de la vida? ¿Son las prisas, el estrés y la crispación de la sociedad de hoy unos lastres determinantes que ni el deporte puede amortiguar? Nunca nos han pegado tanto la matraca con la calidad de vida y el tiempo de ocio, pero parece que vivimos encendidos. El otro día nos lo confesaba un camarero con trienios de experiencia: “Los clientes te piden las cosas con agresividad y con prisas. Vienen al bar enfadados”. Los meses de pandemia nos han hecho menos pacientes. No aguantamos ni diez minutos una película o serie que no nos sacia de inmediato. Tenemos menos paciencia, vivimos peor, somos mas exigentes porque estamos más crispados. Nada de eso puede ser beneficioso. Llegar a viejo es un lujo que no tantos se podrán permitir. Al tiempo, nunca mejor dicho. Caminen mejor que correr.
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