La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Multicapa
No hace falta decirlo, pero para que quede claro: en Sevilla la gallina de los huevos de oro es el turismo. Y como en la fábula clásica, la avaricia casi la mata por los excesos y la búsqueda del rendimiento a corto plazo. En pocos meses el duro golpe de la pandemia nos hizo pasar de ser agoreros que se lamentaban por una ciudad entregada a los turistas a los lloros por un centro de la ciudad de calles vacías, con los bares de siempre en decadencia y comercios tradicionales en peligro. Con múltiples locales con las persianas metálicas cerradas, dejando ver pintadas y grafitis y a otros que jamás las volverán a levantar. Un sincero homenaje aquí a los pequeños y medianos empresarios que saben bien lo que es levantar una persiana día tras día, con el único aval del patrimonio familiar de toda una vida de trabajo. Los tiempos no vienen fáciles. Las arcas del Estado no van a dar para todo y los apoyos públicos a las más variadas iniciativas van a mermar necesariamente, si no a desaparecer. El dinero que proporcione la actividad económica derivada del turismo habrá que administrarlo bien e invertirlo en mejorar el atractivo y cuidado de nuestro patrimonio, de nuestra ciudad.
El sector privado parece que se ha preparado con mejores edificios para congresos y encuentros de profesionales y con una nueva planta de hoteles, que permitirán atender a una demanda muy amplia de sectores económicamente más rentables. Bien. El sector público local parece que ha trazado planes para que los millones de visitantes del Alcázar y la Catedral se expandan por toda la ciudad de sur a norte y de este a oeste. Con la idea de múltiples museos o puntos de referencia en la ciudad ensartados a modo de collar de perlas en una única estrategia. Bien, porque es la mejor manera de que cada enclave o edificio monumental pueda mantenerse por sí mismo, con sus ingresos por taquilla y por el interés que despierten en los visitantes y en los sevillanos. Igual que las casas palacio, que ya lo vieron claro, y que deberán profundizar en la idea. Y la Universidad, que debe fomentar investigación y excelencia a la vez que mostrar en un digno museo sus logros pasados y presentes. Una ciudad con más aeropuerto y mejores infraestructuras de transporte.
No ha terminado la pandemia y quizás tarden tiempo en volver las cifras de 2019, pero hay que abrir a poco que las circunstancias lo permitan. Y aprender la lección. Si los visitantes buscan una ciudad que con su solo nombre evoca promesas de felicidad y belleza, ofrezcamos esa belleza y cuidémosla más y mejor. Si buscan una ciudad donde se vive bien en la que sus gentes mostramos una forma de vivir en sus calles y plazas, facilitemos su encuentro, pero evitando los excesos y sin truncar el buen convivir entre vecinos y visitantes. A todo esto, es posible que lo llamen turismo sostenible. Pero, como me decía el otro día una persona muy allegada, quizás sea mejor tener claro que hay que cuidar la gallina de los huevos de oro.
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