Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Si usted sigue siendo presidente, el coste para nuestra democracia es enorme. Porque el presidente tiene que ser una persona decente y usted no lo es”, fueron las palabras que en año 2015 dirigió Sánchez a un Rajoy, que, a duras penas, pero de forma muy premonitoria le respondió: “Le voy a decir una cosa, no lo olvide: usted es joven, va a perder las elecciones, pero no pasa nada, de eso se puede recuperar uno. De lo que no se puede recuperar uno es de la afirmación ruin, mezquina y miserable que acaba de hacer hoy”.
No digo yo que no hubiera corrupción en el PP ni que no fuera necesario un cambio ni que Pedro Sánchez quisiera regenerar la política en España. El caso es que, andando el tiempo, Pedro Sánchez desde la Presidencia ha renunciado a todo lo bueno que puede hacer un político por su país y por su propio partido. Nos está llevando con su estupidez a una situación de peligro y degradación de las instituciones no conocida hasta ahora en nuestra democracia. Estupidez porque, de forma libre, ha rehusado gobernar. Con manifiesta cobardía ha entregado la justicia, la ley y las arcas del Estado a sus mayores enemigos. Le llama concordia y progresismo. Pedro Sánchez es insensible moralmente, por eso todas sus decisiones lo son en defensa propia y conducen al totalitarismo. Y por eso mismo, todos los que nos descomponemos con sus temerarias acciones, somos fascistas.
Muchos desprecian a nuestro presidente, yo no, yo le tengo miedo. Miedo porque la estupidez es una forma de soberbia que le impide aprender de sus propios errores o cuestionarse por qué los que tiene a su alrededor sólo saben aplaudir sus imperdonables desastres. Por qué no sabe plantarse ante los que le extorsionan pidiéndole más y más. Una imprudente estupidez que le hace mantenerse en esa especie de simplificación por la cual la oposición siempre es la culpable de todo y, él mismo, un triste cascarón de huevo. Una estupidez ciega y destructiva que ignora la realidad de las cosas y nos hace descartar toda buena intención. Una terca estupidez que sólo cambia de opinión para permanecer en el disparate.
No toda la culpa es suya. Rara vez una sola persona es responsable. Los españoles parecemos anestesiados, absortos en esta suerte de autoengaño común. Atentos a la ficción de un gobierno sometido a las minorías, que no gobierna ni parece tener otro interés que alargar su agonía y la nuestra. El PSOE contempla su propio derrumbe en un paciente silencio. De indecencias no hablo, se lo dejo a él.
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