La Barqueta
Manuel Bohórquez
¡Franco y olé con olé!
Dedicado a los perritos calientes del ¡Mire Usted!
ES difícil comprender las razones de los demás. En muchos casos el resultado es el más absoluto de los fracasos. Es exactamente lo que me ha pasado a mí con la decisión de la Asociación de Periodistas Parlamentarios de dar su premio Emilio Castelar al Mejor Orador a Gabriel Rufián, el ínclito portavoz de ERC en la Carrera de San Jerónimo. Nada de “perro no come perro”. Hoy toca can en el menú.
La concesión del premio a Rufián es incomprensible por dos razones. La primera porque, técnicamente, el noi del Parlamento no se merece el galardón. Sencillamente no es un buen orador. Su tono suele ser más propio de un chulo de Arniches que de un esgrimista de la palabra. Es cierto que tiene mala leche y un valor de barrio que le blindan del eco y las críticas que puedan generar sus intervenciones y opiniones, siempre mostradas muy crudamente. Pero su pretendida ironía no es más que vulgar sarcasmo. Le gusta demasiado el chincha rabiña e irritar a lo que él cree la “derecha española”, pero que no es otra cosa que la mayoría de la sociedad. Su falta de cultura sería alarmante si el tono general del Parlamento no fuese el de una lonja de pescado y, su lenguaje gestual, el propio de un rapero. La mera comparación con Cayetana Álvarez de Toledo –a la que los ilustres periodistas parlamentarios han dejado de finalista– produce risa. Es cierto que la flaca del PP puede llegar a ser terriblemente irritante, pero su formación, riqueza en la expresión, mordacidad y elegancia es infinitamente superior a la de Rufián. Solo hay que ver cómo deglute a diario a su pretendida némesis, el ministro Félix Bolaños, que suele quedar en estos duelos dialécticos como uno de esos hombrecillos de Forges abrumados por la superioridad intelectual de las mujeres que lo rodean.
La segunda razón –no me había olvidado de ella– es ética y civil. Sencillamente no se puede premiar al que ha mantenido una actitud supremacista ante el resto de los españoles (lo sigue haciendo con la excusa del fútbol) y ha colaborado con entusiasmo en ese indisimulado intento de voladura de la democracia española que fue el procés. Darle la victoria moral del premio Castelar, con mantel blanco y estatuilla, muestra que el problema del Parlamento no son solo los políticos. Este no es un oficio de cínicos, pero tampoco debería serlo de almas de cántaro.
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