La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
En una ciudad que ronda los 700.000 habitantes, supera los tres millones de visitantes al año y cuenta con una historia y un patrimonio dignos de competir con cualquier capital europea, dicho sea con rigor y sin necesidad de ombliguismos catetos, alguien debería estar dedicado a proyectar la Sevilla de los próximos veinte y treinta años. Alguien tendría que estar previendo los problemas que nos encontraremos a medio y a largo plazo, diseñando qué Sevilla pretendemos para el futuro, qué Sevilla queremos y contra qué peligros deberemos luchar, porque si algo tenemos ya claro es que las amenazas se renuevan constantemente. Un Ayuntamiento tiene muchísimo que decir en este objetivo por más que vivamos en un mundo globalizado. Basta comprobar en las dos últimas décadas los efectos de una peatonalización o de la sustitución del tráfico rodado por un tranvía. Alguien se debería estar preocupando, por ejemplo, en la modernización de las estructuras de empresas y organismos municipales ante el más que previsible crecimiento del turismo. ¿Lipasam puede seguir mucho más años así? ¿El Alcázar es eficaz con la exigua plantilla que tiene? La ciudad, en general, está sobrepasada porque responde a retos de 2024 con esquemas de principios de siglo.
Un ejemplo muy práctico. ¿Nadie ha planteado la necesidad de activar un protocolo especial ante finales deportivas? Porque llevamos ya unas cuantas en pocos años y todas con los mismos efectos perniciosos por un casco antiguo saturado y otros episodios indeseables más allá del centro. Un protocolo que protegiera los monumentos, anulara procesiones y otros posibles usos de zonas sensibles, instalara urinarios provisionales, limpiara con agua a presión las zonas concurridas de forma progresiva para ir liberando terrenos y, por supuesto, obligara a los cuerpos de seguridad y a ciertos servicios municipales a estar a pleno rendimiento esas 48 horas.
La ciudad no puede quedarse igual que hace veinte años cuando hay acontecimientos de masas que se desarrollan en un 2024 en que la convivencia es el gran reto, porque ahora hay billetes de avión por 20 o 30 euros y modalidades de alojamiento ultraeconómicas. ¿Queremos apostar por este turismo que invade el parque temático en el que está convertido el centro? Alguien, además, tendría ir pensando en otras modalidades de desarrollo económico o, cuando menos, en promocionar otras realidades de la vida económica de la ciudad que se consideren eclipsadas por la actividad turística. Como nos explica el catedrático Juan Torres, sin una agricultura y una industria potentes no hay progreso ni bienestar. Y, por tanto, lo que está en juego es nada más y nada menos que nuestra libertad.
Con excesiva frecuencia ofrecemos una imagen de improvisación que peligrosamente se basa en la vieja creencia de nuestro saber estar en la calle y el patrimonio inmaterial de nuestra calidad de vida. Valores todos que nos dieron resultado en su día pero que ni muchos nos garantizan resultados en el futuro. Somos hoy un pato mareado. Tal vez un hermoso pato, pero damos bandazos.
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