La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Llevar a los Reyes a la zona más afectada por la catástrofe de Valencia podría haber sido una buena idea si en los días previos el Estado hubiera desplegado todos sus medios para ayudar a los damnificados. Hacerlo cuando la desesperación por el retraso de las ayudas era el clamor en la calle fue una decisión poco pensada. Y que estuvieran acompañados por el presidente del Gobierno y el presidente de la comunidad autónoma, las dos personas que representan la paralización y el enfrentamiento entre administraciones, un disparate. La prueba está en las imágenes que han dado la vuelta al mundo y en el hecho de que hubiera que abortar el recorrido apenas comenzado. Si la Casa del Rey se empeñó, mal. Si Moncloa impuso la compañía de Pedro Sánchez, peor. Que si iban a tener que enfrentar a reproches se podía dar por descontado. Que iban a sufrir agresiones que pondrían en riesgo grave su seguridad era más difícil de prever. Pero cabe pensar que Felipe y Letizia decidieron asumir lo que pasara porque en Valencia se estaba jugando con algo más que con el prestigio de las instituciones.
Pero puestos al margen todos los inconvenientes que tenía llevar a los Reyes al epicentro de la tragedia, y que los hechos demostraron, la visita ha tenido la virtualidad de volver a meter en el escenario al Estado que estaba ausente. Los vecinos gritaban indignados porque se han sentido abandonados por unas instituciones que no han cumplido sus funciones de coordinación, auxilio y reparación ante uno de los mayores desastres naturales que han sacudido a España a lo largo de su historia. Y para comprender la situación y las raíces profundas de lo que ha ocurrido en Paiporta basta repasar las diferentes reacciones de los protagonistas de los sucesos.
Pedro Sánchez se dio a la fuga. Así de claro y de rotundo. Su equipo de seguridad, con criterios más que razonables, estimó que su integridad corría grave peligro y que había que sacarlo de allí. Los Reyes decidieron aguantar el chaparrón de lodo, en sentido literal, y dejarse golpear, en sentido figurado, por los reproches, las quejas y los llantos de personas que han visto cómo lo han perdido todo y cómo nadie estaba allí para ayudarles. El tercer protagonista, el presidente regional, Carlos Mazón, esperó como pudo a que escampara parapetado tras Felipe y Letizia. Cada uno ha quedado retratado.
Es la actitud de los Reyes la que ha dado un carácter catártico a lo ocurrido el domingo. La ira tiene ese efecto. Si a ello se une que por fin se ven uniformes y equipos militares de ayuda en la zona, las cosas pueden empezar a calmarse. Falta mucho por hacer y son todavía muchas las malas noticias que tienen que llegar desde la zona del desastre. Pero, al menos, ahora el Estado está allí. Las labores de reconstrucción han empezado y la amenaza de nuevos temporales se alejan. Y además hay un pueblo que ha podido gritar su furia y llorar sobre los hombros de sus Reyes. No es, aunque pueda parecerlo, lo menos importante.
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