La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Una de las alegrías, de las grandes y perdurables alegrías que ha traído la selección española en la Eurocopa, es la de acabar, sin proponérselo, con el viejo lugar común de la furia española, de la escaramuza improvisada y el fuego meridional, siempre enfrentado al desplazarse sistemático de las gentes del norte. La selección, irreprochable y ejemplar en otros aspectos, lo ha sido principalmente en este reordenarse constante de sus filas, sin perder los nervios, apoyados en la precisión y la inventiva. Es decir, que la España de la selección no ha cumplido con el tedioso estereotipo romántico, largamente acariciado por nacionales y foráneos, y se ha dedicado a barajar con exactitud y astucia el balón, para desconsuelo de sus oponentes.
Si hacemos caso al señor de la Montaña, don Michel de Montaigne, cosa muy recomendable en la mayoría de las ocasiones, “detrás de cada pensamiento hay un poco de testículo”. Lo cual también se puede decir al revés, siendo así que detrás de cada manifestación hormonal hay un individuo que piensa, que sopesa, que calibra e idea. Y eso es, precisamente, lo que han hecho los miembros de la selección, de modo exitoso y eminente. Algo más tarde sería Pascal, por no salir de Francia, quien dijera lo mismo de distinto modo: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”. En fin, volviendo al Romanticismo, hay una buena porción de españoles que entiende la historia de su país como una rama de la teología. Son esos españoles que creen que España es un hecho anómalo y excepcional, abocado a lo trágico, algo así como un pueblo elegido, pero del revés, y cuya mitología la resumió, melancólicamente, Gil de Biedma, en versos conocidos: “De todas las historias de la historia/ la más triste sin duda es la historia de España/ porque termina mal...”. Sin embargo, este deslizamiento de lo mudadizo a lo intemporal, de la historia a la metafísica, solo es aceptable en un poema. Como descripción de unos hechos, es bastante deficiente.
Lejos del mito trágico y la leyenda esforzada y paladina, resulta que los integrantes de la selección española son gente alegre y confiada en sus propios recursos, cuyo magisterio ha sido el de la voluntad acompasándose con el ingenio. Esto es, una festiva lección de inteligencia en marcha, en la que los jugadores se reconocían, expresamente, como partes decisivas de un equipo. De modo que si alguna vez existió eso que llaman “la furia española”, debe decirse que se trata de una furia fría, deliberada, cortés y apabullante. Un hermoso y difícil espectáculo.
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