Francisco Vázquez Perea

Fray Bartolomé ‘de las Cosas’

16 de enero 2025 - 03:06

Paso a menudo por la fachada norte del palacio de San Telmo, la que almenan las estatuas de ilustres personajes sevillanos, hoy ocultas por unas mallas de protección tras haberse desprendido la cabeza del Gran Poder de las manos de Montañés: no sé si por deterioro del cemento o más bien por el rechine de la errónea atribución que se desconocía cuando se labraron estas figuras. Asumo que por precaución estén todas en esa cuarentena de sanación artística pero me duele ver así de enmudecida, muy especialmente, la de Fray Bartolomé de las Casas por la que está cayendo al otro lado del charco contra todo monumento vinculado al Descubrimiento. Se trasluce en su envoltura el gesto con que Susillo representó al obispo de Chiapas, en actitud protectora hacia un niño indio mientras sostiene el ejemplar de la obra que escribió en su defensa, iluminando la primera simiente de los Derechos Humanos. Verlo precintado con esa mordaza de lona se me antoja –cuántas veces las cosas no son sino lo que aparentan– como el objetivo alcanzado de todos esos violentos ignorantes, revisionistas del mal llamado colonialismo español en América. Los que derriban estatuas de Colón, Hernán Cortés y semejantes mientras tuercen la historia para ocultar las verdaderas razones del fracaso político y económico iberoamericano. Los que callan la inversión ingente que la monarquía hispana dedicó a las nuevas tierras a las que consideró tan iguales dentro de sus viejos reinos, los que confunden sus dedos al contar el destino del oro y la plata presuntamente expoliados de sus minas. Los que no quieren oír las serenas reflexiones de Gullo, Sada o Rubial sobre la verdad de cuanto aconteció desde que el genovés en su toldilla de la Santa María escuchó pasar pájaros toda la noche. Los manipulados por los regímenes fallidos que en lo último que piensan es en sus pueblos. Los confundidos con el ADN de su propia sangre y que se sienten legatarios directos de las culturas precolombinas en lugar del mestizaje o directamente de los mismos presuntos invasores. Esos que vandalizan y destruyen las estatuas como si el mismo Moctezuma resucitase vengativamente. Esos que sin duda disfrutarían de ver así al ejemplar dominico son quienes mi caprichosa imaginación juega a convencerme que lo han enfundado humillantemente. Espero convencerme pronto, ya libre de las ataduras, que no era tal la afrenta. Que al contrario, aun le acompañan los cercanos ecos de la Facultad donde tanto se le estudió, la voz de Santaló que le era tan predilecta, embelesándonos en sus clases. Reclamo la reparación del daño moral de mantenerlo así por más tiempo. Para que al menos ninguno de esos descerebrados sonría la coincidencia al pasar bajo su sombra. No dudo que habrá celeridad en el arreglo siendo el lugar que es y que me excedo en la trascendencia de algo tan cotidiano. Pero no se lo merece y me disculpo ante el siempre que puedo. Y el, en la anécdota, torna su nombre tal y como lo hace sin error el título de estas líneas: Fray Bartolomé… de las Cosas: de las cosas que pasan.

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