La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Se busca interventora dócil en Sevilla
Piense por un momento en los siguientes nombres: Cánovas del Castillo, Canalejas, Maura… Sin duda, grandes personalidades de nuestra historia, sepultados por la Historia. Pocos podrían reconocer sus rostros, mencionar alguno de sus hechos, asociarlos con algo que no sea el callejero. Más aún, hagan la prueba con don Miguel Primo de Rivera, con el mismo Alfonso XIII o con los republicanos Alcalá Zamora, Azaña o Negrín. ¿Qué recuerdan de ellos sino, en todo caso, unas facciones estereotipadas, en sepia, inmóviles? ¿Qué sabe de ellos el común de los españoles, no digamos los más jóvenes? Piense ahora en Francisco Franco. Con toda seguridad su rostro –los sucesivos a lo largo de los años– se abre paso con nitidez en su memoria, reconoce su rechoncha figura y hasta sus andares, vestido de militar o de civil, pasando revista a las tropas, en un puesto de mando tocado de chapiri, sentado a su mesa de trabajo, inaugurando una fábrica o, inevitablemente, un pantano, bajo palio, en coche descubierto recibiendo el homenaje de multitudes en Bilbao o Barcelona… Y todo esto lo ve usted con independencia del juicio que Franco le merezca como persona, como militar, como político y jefe del Estado. Francisco Franco, muerto hace cincuenta años, del que ningún menor de sesenta debería guardar memoria, vive como nunca en el imaginario de los españoles, quienes lo detestan o admiran exactamente igual que cuando hacía brillar la lucecita de El Pardo.
Este milagro no lo han conseguido sus partidarios, tan increíblemente torpes durante décadas para hacer valer los aspectos positivos de su régimen y de su época, sino sus enemigos, especialmente esos socialistas que apenas se hicieron notar durante el franquismo y ahora quieren protagonizar una cruzada contra el muerto en la cama hace medio siglo. A nadie se le oculta hoy que hablar del PSOE es hacerlo del partido socialista más rapaz, corrupto, cainita, golpista y ruinoso que haya existido en Europa, que ya es decir. Para hacérsenos soportable necesitaba crear un monstruo al que utilizar de némesis e identificarlo con la derecha. Ese tenía que ser Franco. Pero sucede que, conforme Sánchez apuntala su tiranía, hasta Franco empieza a hacerse amable. Sánchez, que enterrará al socialismo, ha resucitado a Franco y ahí lo tienen, nuevo caudillo de los chats y las redes sociales, pero no por la gracia de Dios sino por esa desgracia nacional que es el PSOE.
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