La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
La aldaba
En Sevilla no nos hemos enterado de la DANA, de soltera temporal, porque Dios no ha querido. España de luto por casi un centenar de muertos y varias ciudades, entre ellas Jerez, inundadas en cuestión de minutos. La gran e impresionante lección es que pasamos de la sequía a más mil incidencias por fuertes lluvias en Andalucía. Somos frágiles por mucho que la soberbia nos haga creer que somos capaces de dominarlo todo. La naturaleza es un gran dinosaurio que nos devuelve a nuestra pequeñez de solo un coletazo. Somos débiles, vulnerables y muy, pero que muy pequeños. Nos hemos levantado una mañana de miércoles con más de 60 muertos en el Levante y nos hemos acostado con casi un centenar de fallecidos. No, no hace falta buscar en los noticiarios del NODO, ha ocurrido en la España de 2024, anegada, sorprendida y estrenando los colores rojos de los códigos de alarmas. La DANA es una desgracia, una tragedia y un torpedo contra la soberbia de una sociedad que se permite el lujo de perder el tiempo tantas veces en cuestiones insulsas. De pronto todo se ha vuelto a centrar en lo esencial: salvar vidas. De inmediato hemos tenido que mirar a lo sustancial: prevenir los daños. Y de cuajo nos hemos topado con la gran verdad: no podemos controlar la naturaleza. Resultaba estremecedor oír algunas crónicas sobre la tragedia en Valencia y la supuesta falta de prevención. "La gente estaba de compras y de pronto comenzaron las lluvias torrenciales que anegaron todo en diez minutos". La culpa será de la ciencia... También estaba el personal en los teatros de París cuando los tanques nazis se aproximaban a la capital, como cuenta Chaves Nogales. Así es la vida.
La cotidianeidad en calma es un valor siempre deseable y para muchos entrañable, pero no es una garantía en sí misma de nada. El siglo XXI avanza y el hombre no ha conseguido ser el Panoramix que controle la acción de las nubes cárdenas, pese a que se ha avanzado mucho en obras hidráulicas para controlar el desbordamiento de los ríos y modernizar las redes de alcantarillado. Que le pregunten a los sevillanos de los años sesenta que vieron las barcas por las calles del centro. Y repasemos los azulejos que evocan en la Alameda o en la Calzá hasta dónde llegó el agua, ¿verdad Antonio Casado, hijo de la riada? En el fondo no ha ocurrido nada nuevo, pero quizás nos cuesta asumir cuanto ha ocurrido porque vivimos en la era del confort, la microfibra, el teletrabajo, las vacunas exprés y esa percepción de que tenemos derecho a todo porque todo está a nuestro alcance. Hasta que la naturaleza nos recuerda nuestra menudencia. Y lo hace con crueldad. Hemos vivido una pandemia comunicados entre nosotros con imágenes en directo, con innumerables canales de televisión y los supermercados abiertos, pero el cielo, ay, se desploma sobre nosotros como sufrían aquellos locos galos de la aldea de Asterix y Obelix. ¡Por Tutatis! El hombre debe seguir siendo temeroso de Dios.
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