La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
La tribuna
EN los últimos días, al hilo de artículos de opinión de periodistas, editoriales (de unanimidad aplastante) publicados en diversos y numerosos medios y de las declaraciones de políticos sobre varios temas, especialmente en asuntos de endurecimiento de la Ley Integral de Violencia contra la Mujer, en donde ahora el político quiere decidir qué sí y qué no podemos poner los técnicos en nuestros informes y los jueces en sus sentencias (¡lo que leen!), me he hecho una pregunta: ¿Cuántas formas puede tener una mordaza?
Una mordaza es un instrumento para impedir que una persona pueda hablar, pero también puede servir para que no pida ayuda. De igual forma una mordaza es útil para lograr que otros conozcan un hecho, manteniéndoles en la ignorancia. Lo anterior es extraordinariamente práctico cuando permite conseguir tiempo para ponerla en el vecino, y luego en otro, y en otro.
En el mundo marinero se llama mordaza al instrumento de hierro que detiene o impide la salida de la cadena del ancla; por tanto, aquí es un objeto que permite que una máquina (en este caso un barco) no se detenga o sea estable. En el mundo militar es un aparato que impide el retroceso de las piezas de artillería, mientras que en el ecuestre la mordaza hace referencia a un instrumento para dominar un caballo. Para un psicólogo una mordaza puede ser un freno mental, un impedimento autoelaborado o impuesto por la educación, que impide llevar a cabo una conducta.
Una mordaza puede ser de cinta, de bola, de relleno, inflable, médica o de tubo. Podemos hacer una mordaza con una pelota de ping pong, una manzana o una rosa. En ocasiones la mordaza puede realizarse con un pañuelo de seda, en otras con cuerdas de sisal.
Soñar con la homogeneidad de la humanidad es desear la uniformidad, que no es sino poner uniforme a los sujetos, sus actos y pensamiento. Y entonces, ¿cuánta libertad queda cuando todos opinan lo mismo? ¿Cómo habría quedado uno de los periódicos catalanes si no hubiera publicado el editorial conjunto sobre el Estatut? ¿Para qué me sirve un Parlamento si todos los grupos políticos votan por unanimidad el endurecimiento de una norma, que está resultando inútil y tapa miles de casos de maltrato, sin discusión alguna? ¿He de pensar entonces que existe la Ley perfecta?
Tal vez hallamos alcanzado semejante desarrollo como para elaborar asertos infalibles, normas jurídicas tan elevadas que no deban considerar que, como todas, por el mero hecho de aplicarlas, producen injusticias, al ser incapaces de solventar la variabilidad humana y, en el caso del endurecimiento de la norma que cito, directamente ignorar la realidad. Creo sinceramente que por ahí no van las cosas. En mi opinión, esa variabilidad es lo que hace que todo lo anterior sea una suerte de instrumento de freno, silencio, quietud y represión.
El ser humano no sólo es diverso en sus expresiones actuales, sino que evoluciona, por lo que podemos esperar que cambie de aquí a un año, tres, cinco. Según algún viejo inglés, esa tendencia a la diversidad y el cambio está en la base de nuestra evolución. Pero también del arte, en todas sus expresiones, la política y el pensamiento. Si sólo existe una idea, ¿para qué sirve pensar?
Debido a que es imposible (¡en serio!) que todos los seres humanos estemos de acuerdo en algo, aun en número reducido, nos hemos dado instrumentos como el debate, la crítica, la oratoria, la escritura, la captura de imágenes. Basta utilizar cualquiera de estos medios para que se plantee una conversación. ¿Sabían ustedes que en Málaga hay once tipos distintos de presentaciones de un café? Diferencias, que enriquecen, que ajustan la realidad a lo que cada uno necesita.
Al hilo de lo anterior la política de nuestro tiempo ha creado nuevas mordazas: los técnicos pesebreros, el lenguaje neutro, el político oportunista o el inútil trepa son algunas de ellas. El primero le sirve para, amparado en su título, apoyar lo que dice, conociendo previamente que va a decir lo que él quiere escuchar. El lenguaje neutro facilita la idiotez general, el despiste, la vacuidad, logrando con ello hacer ver que se hace algo, llenando minutos huecos en la televisión hueca. El político oportunista en ello encuentra un camino fácil, frente a lo árido de convencer con las creencias, ideales, la justicia y la verdad. El inútil trepa el escenario ideal para alcanzar cotas de poder y dinero (que de eso se trata todo, a fin de cuentas) que jamás podría conseguir, limitado como está en sus capacidades intelectivas.
Y llegados aquí, uno se vuelve a preguntar: ¿cuántas formas puede tener una mordaza? Miles, pero la más dolorosa es que adopte la de la ilusión de libertad.
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