
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Fétido 'dèjá vu'
Discurría la segunda mitad del siglo XVI cuando unos misioneros jesuitas descubren en Sudamérica una planta trepadora con zarcillos que desarrolla unas espléndidas flores de llamativos colores. Era denominada mburucuyá en sus tierras nativas desde tiempos ancestrales, que significa en guaraní “criadero de insectos” debido a la gran cantidad que atrae con su fragancia y abundante néctar, siendo visitada también por aves y murciélagos. Los jesuitas la bautizan con el nombre de pasionaria o flor de la pasión al imaginar en su estructura floral los atributos de la Pasión de Cristo: los tres estilos corresponden a los clavos de la crucifixión; los estambres reflejan las cinco llagas sangrantes; los filamentos azulados de la corola se asocian a la corona de espinas. Ello es entendible en el contexto de evangelización de esas regiones en dicha época.
Semillas de esta fantástica enredadera serían enviadas por los jesuitas en 1578 al jardín botánico que poseía el médico sevillano Nicolás Monardes en la calle Sierpes, quien la cultiva y describe por primera vez en Europa, llegando acompañada de una leyenda: una española y su amante indígena mueren trágicamente a causa de su incomprendido amor y sobre su tumba conjunta crecerá la mburucuyá. El misionero Simone Parlasca realiza en 1609 unos exitosos dibujos de la flor y expresa la visión sobrenatural que tuvo al contemplarla: “Las lágrimas vertidas por María Magdalena a la muerte de Cristo al caer en tierra fueron las semillas que engendraron la pasionaria”. El papa Paulo V la conocería en esos años a través de su amigo Juan Bautista Ferrari, director del jardín botánico de los Barberini, declarándola “La flor de la cristiandad”. Carlos Linneo le adjudicará en 1753 el nombre genérico de Passiflora, que proviene del latín flos passionis, siendo Passiflora caerulea su especie más característica, una de las más de seiscientas clasificadas. La sorprendente floración y sus grandes bayas anaranjadas con pulpa roja comestible pueden admirarse entre verano y otoño en parques hispalenses como el de María Luisa, en los jardines de los pabellones de Brasil y México, en el Jardín Troya del Alcázar...
La flor de la pasión está presente en diversas obras de arte, entre las cuales destaca la bellísima pintura de Jan Pieter Brueghel (1628-?) titulada La Virgen con el Niño y San José en una guirnalda de flores, donde aparece en una orla florida que enmarca las figuras. Forma parte de la decoración de ciertas iglesias americanas, como es posible observarla en los hermosos mosaicos del suelo de la Catedral de Buenos Aires, y sentidos poetas la incluyen en sus versos como analogía de la espiritualidad de una vida trascendente que trepa por árboles y muros en busca de la luz y de la eternidad. “Flor de mburucuyá,/ abre tu balcón/ para mi cantar./ Luz de mi corazón,/ oye la canción/ que a tu encuentro va./ Flor de mburucuyá,/ con tu nombre azul/ en mi vida estás” (Canción de Lito Bayardo y Juan Filiberto).
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