Tomás García

MEDIO MARATÓN 2025
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La flor de invierno del almendro

25 de enero 2025 - 03:07

En torno a los idus de enero, cuando las nieves van cubriendo con un manto blanco las peladas cumbres, comienzan a abrirse en nuestras templadas tierras los brotes florales del almendro (Prunus dulcis), arbolito de tronco tortuoso y agrietado que despliega sus delicadas flores mientras las ramas aún están desprovistas de hojas. Sería llevado a Occidente por fenicios y romanos desde sus regiones ancestrales norteafricanas y del sudoeste asiático, formando parte su fruto de tradiciones culinarias árabes y hebreas. Aunque prácticamente está ausente en calles, plazas y jardines de Sevilla, se cultiva cada vez con más intensidad en sus tierras circundantes. La atractiva floración del almendro nos genera un sentimiento placentero, recordándonos que estamos en invierno y que la primavera se acerca con el resurgir pleno de la vida. La naturaleza es sabia y no se equivoca cuando pensamos que los almendros florecen antes de tiempo, pues estos sufridos árboles prefieren soportar heladas y ser polinizados muy pronto con el objetivo de que la larga maduración de sus valiosas almendras culmine antes del seco y cálido estío, lo cual les puede resultar menos provechoso. El ser humano, que intenta acomodar los ciclos naturales de las plantas para sus propios intereses, ha desarrollado híbridos con floraciones más tardías y que ofrecen una abundante producción de almendras, aunque sus propiedades nutricionales y su pureza sean diferentes, pues lo artificial y acelerado nunca será igual que lo natural y acompasado...

“A la primera luz que al viento mueve,/ trágico ruiseñor en la ribera,/ el joven almendro erró la primavera/ y, anticipado, a florecer se atreve” (Lope de Vega). La temprana floración del almendro en los yermos páramos siempre ha supuesto un incentivo para la libre imaginación de los poetas, y son pocos los que no hayan dedicado algunas rimas u otras letras a esta preciada planta desde la antigüedad clásica hasta el Renacimiento, desde nuestro Siglo de Oro a la época contemporánea. “Yo quiero ser llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas,/ compañero del alma, tan temprano./.../ A las aladas almas de las rosas/ del almendro de nata te requiero,/ que tenemos que hablar de muchas cosas,/ compañero del alma, compañero” (Elegía a Ramón Sijé, Miguel Hernández). Busquemos almendros en campiñas o sierras, mirémoslos absortos, acariciémoslos y reflexionemos bajo sus artísticos techos acerca de las maravillas de la naturaleza. Ellos siempre acuden orgullosos a su cita, casi desnudos, vestidos con encajes transparentes que exponen a los vientos, pero que nos abrigan con la cálida certeza de que la deseada primavera tampoco faltará a su cita, a la nuestra, a la de todos. “Inmenso almendro en flor/ blanca la copa en el silencio pleno de la luna;/.../ cómo, subiendo por la roca agria a ti,/ me parece que hundes tu troncón/ en las entrañas de mi carne,/ que estrellas con mi alma todo el cielo” (Cuesta arriba, Juan Ramón Jiménez).

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