Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
La tribuna
MUCHO me temo que la desafección ciudadana hacia las políticas que hacen los gobernantes alcanza ya a la política educativa. Mirando desde dentro, a veces uno tiene la impresión de que la política educativa nada o casi nada tiene que ver con lo que ocurre en el interior de los centros escolares, y de que el sistema educativo funciona sin un horizonte definido, meramente por inercia y por la vocación de muchos de sus profesionales. Los datos PISA son de fiabilidad discutible y se prestan a muy diversas e incluso contradictorias interpretaciones. Admitiendo esa versatilidad, no puede negarse, sin embargo, que el informe de las pruebas de 2012 ofrece algunos resultados que tienen gran valor indicativo.
Así, se confirma que el factor más relevante del rendimiento académico de los alumnos es el contexto sociocultural; se constata que en el conjunto de España y, especialmente en Andalucía, no se producen mejoras significativas, y, en fin, que aumentan las diferencias entre los alumnos de niveles sociales más altos y los de niveles más bajos. De donde es legítimo y fundamentado deducir que la política educativa de los últimos quince años ha sido un rotundo fracaso, pues, desde su implantación a finales de los noventa, ha ocurrido exactamente lo contrario de lo que predecían y de lo que prometían. Veamos.
Que el contexto sociocultural es el factor más relevante en el rendimiento de los alumnos es algo que sabemos desde los años 60 del pasado siglo y se reitera continuadamente en todo tipo de estudios e investigaciones. Los informes de las Pruebas de Diagnóstico que se realizan en Andalucía también lo corroboran un año tras otro. Pero una repugnancia lógica a esa suerte de determinismo llevaba a pensar que algo se podría hacer, que debía existir una fórmula que permita que la promesa de la cultura a través de la escuela pueda alcanzar a todos: ¿reducir las diferencias socioeconómicas y culturales? Nada de eso. Se trata de una fórmula que consiguiera que, sin tocar lo fundamental, se mejoraran los resultados… y se redujeran las diferencias. Es decir: a la igualdad (social y de resultados) por la educación, no por la transformación social.
Esa fórmula podría resumirse en lo que viene a denominarse la gestión empresarial de la escuela. Importada del mundo anglosajón, la pócima empieza a distribuirse en España a partir de 1996, siendo ministra de Educación Esperanza Aguirre. En Andalucía se adopta con especial entusiasmo, dando frutos singulares como el extinto Plan de Calidad, la jerarquización en el funcionamiento de los centros docentes, el fortalecimiento del papel de los directores (ahora convertidos en gerentes), los cambios en el ROC, las pruebas de diagnóstico, la Agencia de Evaluación y, en fin, esa dinámica de propuestas de mejora importada del modelo EFQM, siempre acompañada de una sutil presión sobre los docentes -de los que realmente se desconfía- para que mejoren los resultados.
Pero el enfermo no sólo no mejora, sino que empeora su salud. Donde aplican estas fórmulas no hay avances significativos en los resultados y aumentan las diferencias. Muchos estudios e investigaciones independientes del mundo anglosajón así lo ponían de manifiesto. Aquí, en Andalucía, quien suscribe, con ocasión de licencia de estudios concedida por la Consejería de Educación, tuvo ocasión de analizar los datos de las pruebas de diagnóstico de 2006, 2007 y 2008 de los centros de Secundaria de la provincia de Sevilla. En la memoria de la investigación realizada -285 folios entregados en septiembre de 2010- se advertía que los centros con Índice Socioeconómico y Cultural más bajo (ISC) obtenían cada año peores resultados, mientras que los de ISC más alto los mejoraban. Es decir, que aumentaban las desigualdades.
Es evidente, por tanto, que esa política que prometía mejores resultados y una disminución de las diferencias, sencillamente ha fracasado. Y, ante semejante realidad, no puede mirarse para otro lado, ni dejar de darse por aludido. Ese modelo de política educativa ha resultado ser un fiasco. Sin embargo, llama la atención el autismo de ministros y consejeros. Pues la famosa ley Wert no hace sino profundizar en la misma línea, mientras que en Andalucía no se aprecian cambios significativos. Ante la perplejidad que produce ver cómo se mantienen políticas claramente fracasadas, al estudioso le asaltan las dudas acerca de las razones de esa persistencia. Quizás sea, simplemente, que la política educativa abandona por incapacidad el complejo objetivo de la mejora de la educación, habiendo encontrado en la fórmula de la gestión empresarial de la escuela un magnífico conjuro, pues por la vía de la evaluación, autoevaluación y otros mantras similares, se permite trasladar a otros (los docentes) la responsabilidad de cumplir lo que ellos prometen.
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