¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Cuando viajé a Egipto en 1987, la mayoría de los egipcios se parecían a Mubarak. Encontraba su perfil por todos sitios: en el personal del Ramsés Hilton, en la tripulación del Isis & Osiris en el que hice el crucero por el Nilo; en los camareros del Felfela, el restaurante que me recomendó Perico Barbadillo; en el patio de butacas del abarrotado cine de verano de El Cairo donde vi en árabe un western con Charles Bronson, que también se parecía a Mubarak.
Imagino que ocurre con los mandatos largos, y al de Sánchez le falta solo un año para llegar a los siete que duró la dictadura de Primo de Rivera, a quien es difícil distinguir de otros militares en la famosa imagen de la inauguración de la Exposición de 1929 que se ve en el cuadro de Alfonso Grosso que preside el Salón del Almirante del Alcázar de Sevilla.
España empieza a parecerse demasiado a Pedro Sánchez. Le están saliendo clones por doquier. De esos ejercicios de imitación o emulación, hay uno que está causando furor entre sus correligionarios más cercanos. Me refiero a la mala educación, una rémora nominal de su fascinación por el cine de Pedro Almodóvar, el que lo consagró como mr. Handsom (y Dalila). Guaperas.
Ha conseguido formar un Gobierno de maleducados. El ministro de Cultura debería haber enviado a un esbirro que le evitara el soponcio de permanecer impasible y sin aplaudir cuando El Juli recibió el Premio Nacional de Tauromaquia que el propio Ernest Urtasun ha decidido suprimir. Alguien debería explicarle que las palabras matador y asesino pertenecen a campos semánticos bien distintos. El diestro (que en este caso no es el contrapunto de siniestro) le dio una lección orteguiana de mesura.
El propio Pedro Sánchez ninguneó al alcalde de Madrid en el lluvioso desfile del 12 de octubre. Ni lo miró a los ojos, olvidando que como presidente de todos los españoles no representa sólo a aquellos que le votan (tampoco son tantos: nunca ha ganado unas elecciones), de igual forma que el alcalde de Madrid está representando a todos los madrileños, no sólo a los que le votaron (a él sí, por mayoría absoluta).
Hay un político que se ha convertido en el pim-pam-pum de los ministros de Sánchez. Me refiero a José Luis Sanz, el alcalde de Sevilla. La ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez, lo ignora cuando viene a Sevilla siguiendo los consejos de una jefa de Gabinete muy aplicada en el sectarismo. El ministro de Transportes, Óscar Puente, se niega a reunirse con él después de llamarle “mentiroso” e “impresentable”. Pedro Sánchez ha transformado a políticos que tuvieron un perfil razonable, como Patxi López, irreconocible desde que fuera el tercer hombre de las primarias; o Juan Espadas, que dejó el recuerdo de un magnífico alcalde para convertirse en un valido autonómico sin personalidad. Un alcalde es como un torero: nunca deja de serlo. En ese sentido, Espadas, apellido deudor de Pepe Hillo, debería echarle un capote a José Luis Sanz, que es, como cantaba Benito Moreno, “un sevillano aburrido, / de esos que se van de pronto / sin anunciar que se han ido”. Los ministros de tu partido o el alcalde de tu ciudad. Hay que elegir. Ferraz está muy lejos de Sierpes y muy cerca de Génova.
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