
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El encanto de las prohibiciones en Sevilla
Pronto se cumplirán noventa años de la publicación de Arte y artistas flamencos, de Fernando el de Triana (Sevilla, 1867-Camas, 1940), el primer libro de flamenco escrito por un cantaor de este género. Como publiqué hace treinta y cinco años, el origen de esta obra tiene una historia curiosa. Fernando ofreció en plena Segunda República una conferencia en Coria del Río y en la Tertulia El Arenal, de Sevilla, fundada y presidida por Juan Silverio Domínguez Conde, hijo de Silverio Franconetti y nieto de Juan de Dios Domínguez El Isleño, el célebre torero y cantaor de San Fernando.
A la conferencia de Fernando en Coria asistió Blas Infante, quien le pidió el manuscrito para mecanografiarlo. Lo animó a convertir el texto en un libro y le escribió el prólogo, pero un célebre falangista, poeta y escritor madrileño, Tomás Borrás y Bermejo, evitó que el libro lo incluyera. Fernando, que no era precisamente republicano, aceptó la imposición, solicitó ayuda a Antonia Mercé La Argentina y la obra se presentó en el Teatro Español de Madrid en 1935 con un gran festival.
Vivió modestamente de ese libro hasta su muerte, aunque pasando muchas penurias en su tabernita de Camas, La Sonanta, donde falleció en septiembre de 1940. Su esposa, Paca la Coja, siguió vendiendo el libro tras la muerte del artista para sobrevivir, recorriendo pueblos como Camas y Coria. Aún hoy, algunas personas conservan ejemplares de esta obra literaria, quizá la más influyente en la historia del flamenco por la cantidad de biografías y fotografías que aportó. Sin este libro, sabríamos muy poco sobre los artistas flamencos del siglo XIX.
En 1952, Tomás Borrás, con Blas Infante ya fusilado, reeditó el libro con correcciones y ampliaciones –o sea, desvirtuándolo–, incluyendo un prólogo suyo, lo que equivalía a una nueva afrenta al Padre de la Patria Andaluza. Propuse al alcalde y al delegado de Cultura del Ayuntamiento de Coria, Modesto y Victoriano, respectivamente, conmemorar los noventa años de esta joya flamenca con una reedición basada en el manuscrito original y con el prólogo de Infante, pero han despreciado el proyecto cultural.
Fernando Rodríguez Gómez fue un hombre muy coriano, hasta el punto de tener un chiringuito de verano en la zona del pueblo conocida como El Carrascalejo, donde servía manzanilla fresca que traía en barca desde Sanlúcar y albures fritos adobados. Pobre Fernando, despreciado en un pueblo al que tanto quiso, por el que tanto hizo y que algunos llaman la patria del andalucismo. Si hubiera sido japonés, tendría una calle en Coria del Río, pero era de la macarena calle Pozo y se crió en Triana. En Coria le llamaban Fernandillo el Nuestro.
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