
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Héroes contra las pintadas en Sevilla
Gran diva de la transición del cine mudo al sonoro, la actriz sueca Greta Garbo constituyó un mito para la quinta de mis padres, cuyas películas descubrieron a través de reposiciones, mucho después de su prematura retirada, sucedida en 1941. Una desaparición de las pantallas, en particular, y de la vida social, en general, que sorprendió al mundo entero, dado el estado de plenitud física y profesional, propio de su edad de treinta y seis años.
Uno de sus postreros y siempre deslumbrantes trabajos fue la interpretación de la funcionaria soviética que se enamora de un decadente aristócrata, en el transcurso de una misión diplomática en París; personaje protagonista de la comedia Ninotchka, fruto del genio de otro migrante europeo en América, el director alemán Ernst Lubitsch. Por él, Garbo obtendría la última de sus cuatro fallidas nominaciones a los premios Oscar, tan injustos con algunas de las mayores leyendas del cine.
Para debatir públicamente sobre el filme, recientemente experimenté la fortuna de ser invitado por Paco Bellido, motor de la asociación Linterna Mágica que, en alianza con el Círculo Mercantil, convoca periódicamente sesiones de cine-club con sus correspondientes mesas redondas, en ese imperecedero corazón comercial y cultural de Sevilla que es la calle Sierpes.
A Paco y Javier Bernet les debo muchos de mis conocimientos de teoría cinematográfica, gracias a los meses en los que tuve el placer, hace ya dos décadas, de ser alumno suyo en un magnífico taller de distrito que organizaban para disfrute de los vecinos del Casco Antiguo.
Además de poder volver a ver la película, el encuentro dio ocasión para compartir con las personas asistentes y resto de contertulios impresiones acerca del contexto histórico que rodea a la realidad y ficción de tan brillante producción artística. Así, pudimos citar la existencia de alguna monografía publicada en el nuevo siglo por una universidad andaluza, centrada en el exilio germano en Estados Unidos durante la época hitleriana, y en el que el elemento judío alcanzó alta trascendencia, cuantitativa y cualitativa, aportando una pléyade de científicos, intelectuales y artistas que enriquecieron enormemente a la sociedad de acogida. En este sentido, Lubitsch no entra en este grupo, al haber emigrado años antes del triunfo de los nacionalsocialistas, pero es importante hacer constar que aquél le sirvió de excusa para naturalizarse estadounidense.
Dado el argumento de la proyección, junto a la valoración de la crítica que en ella se realiza al sistema comunista y a su entonces vigente versión estalinista, resultó inevitable aludir al complejo panorama de la emigración rusa en París. Y al lúcido retrato contemporáneo creado por nuestro paisano y figura cenital del periodismo Manuel Chaves Nogales en Lo que ha quedado del imperio de los zares, a cuyas reediciones remito directamente al lector, para no repetirme en lo ya escrito, en la que fue una de mis primeras colaboraciones en el medio que me ampara.
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