Notas al margen
David Fernández
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Opinión
TRAS las delirantes pasiones metafísicas de Tristán e Isolda, una comedia. Pedro Halffter sigue empeñado en convertir al Teatro de la Maestranza en un centro de difusión en España de la ópera alemana menos conocida: después de los estrenos nacionales de El sonido lejano (Schrecker), El enano y Una tragedia florentina (Zemlinsky) y Doctor Faust (Busoni) toca el turno a La mujer silenciosa de Richard Strauss, una farsa escrita por Stefan Zweig que parte de una obra original del poeta y dramaturgo inglés Ben Jonson (c.1572-1637). Con elementos que reconocerá cualquier aficionado al género (el protagonista es un barbero intrigante que trata de ayudar a una pareja de jóvenes, miembros de una compañía de ópera, ante un magnate solitario, huraño y maniático), Strauss compone una obra deliciosa, en la que el peso orquestal (95 instrumentistas) no desmiente un trabajo de detalle casi camerístico, trufado de citas propias y de otros compositores, desde Monteverdi (Aminta, la protagonista, canta un aria de L'Incoronazione di Poppea) a Wagner, pasando por Mozart, Weber o Verdi.
La mujer silenciosa se estrenó en la Staatsoper de Dresde el 24 de junio de 1935, dirigida por Karl Böhm y después de superar numerosas trabas políticas y burocráticas a causa del origen judío del libretista. Tras la segunda representación, fue suspendida y prohibida en Alemania, lo que motivó que Strauss abandonara su puesto de presidente de la Cámara de Música del Reich. Sin ser una de las óperas más populares del compositor bávaro, La mujer silenciosa ocupa un lugar en el repertorio de los principales teatros centroeuropeos y su ausencia de los escenarios españoles sólo puede ser entendida como una disfunción que el Maestranza viene una vez más a restañar.
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