La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
La máquina del fango” es una metáfora que creó Umberto Eco en Número Cero (2015), según me confirma mi amigo José Antonio. Jose sí ha leído toda la obra del piamontés fallecido lombardo, y me explica que la novela gira en torno a un periódico ficticio, Domani, ideado para corroer a algunas esferas del poder a base de mentiras sobre la vida privada de sus figuras señaladas. Hará un año, Pedro Sánchez consideró que apelar a la “máquina del fango” podría ser rentable, y no dudó en atacar con esa jaculatoria a los medios que le incomodaban por lo del Delcy, lo de Ábalos o lo de Begoña. El Presidente, misterioso, no mencionaba a periódicos concretos. Se limitaba a la abstracción “máquina del fango”, que repetía sin cesar ante el primer micrófono, con esa gota malaya pero fugaz de la que está hecha propaganda. (“Que te vote Txapote” y “Perro Sánchez” fueron hallazgos de la grada de animación tras la otra portería)
El domingo vimos en Valencia a gente malhadada lanzar fango –uno nada metafórico: pellas– a los Reyes, a Sánchez y a Mazón en su visita al dantesco panorama tras la DANA. Entre la prudencia y el temor, y librado de un palazo que le acabó cayendo a una mujer, Sánchez se fue de najas. Felipe y Letizia quedaron firmes, a los pies de los caballos. A océanos de decencia, cabe recordar aquel repulsivo conato de linchamiento de Felipe VI tras los atentados islamistas en Las Ramblas. El Rey resulta mantenerse estoico y cumplidor, y, salvo por los visionarios del terruño, es respetado. ¿Se imaginan en esos bretes a un presidente de la República, quizá Aznar o Zapatero? La reina Letizia recibió una morterada de fango en la cara; no pudo contener las lágrimas, y se abrazó sollozando a una señora destrozada. Un escolta de la Reina la seguía con la frente abierta por una pedrada.
El verdadero fango es el que cubre aún a muchos cadáveres, descomponiéndose bajo el agua o una mortífera masa de aluvión. Ese es fango real, una marea que mata y condena a ciudadanos inocentes, ajenos a las comedias impostadas por políticos que no están a la altura de sus responsabilidades. Letizia puso en riesgo su persona, mientras otros se iban por la gatera. Ojalá que esta brutalidad de la naturaleza recuerde a los gobernantes que deben ponerse a trabajar por la gente, empezando por apuntalar y refundar un Estado desmontado y depauperado a marchas forzadas. La gestión de la catástrofe en Valencia es la prueba. Serios rasgos de tercermundismo han emergido de estos lodos.
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