La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Gómez Piñol, maestro, persona y personalidad
Nuestros abuelos, que tenían mucha más experiencia de la vida que nosotros –habían vivido una guerra, las cartillas de racionamiento, las muertes antes de hora de muchas personas queridas–, sabían que las sociedades se mueven por violentas oscilaciones de péndulo (sin conocerlas, ya sabían entender las leyes de Newton). Es decir, que toda ideología que se quiere imponer sin consenso ni amplia aceptación social acaba provocando una reacción igual de virulenta pero en sentido contrario. En los años 70, muchos militares y funcionarios franquistas vieron horrorizados cómo sus hijos se convertían en hippies o en comunistas, de la misma manera que ellos habían escandalizado a sus propios padres cuando empezaron a desfilar con el brazo en alto. La vida es así, nos guste o no. Y por eso resulta tan extraño que mucha gente no sea capaz de entender la victoria de Donald Trump, por ejemplo, que no es más que una reacción visceral contra la ideología woke. O dicho de otra forma, la extrema derecha que reacciona contra la extrema izquierda.
En 2020, cuando explotaron las protestas de Black Lives Matter en Estados Unidos –que luego se trasladaron a media Europa–, la furia extremista de la izquierda se dedicó a derribar estatuas y a destruir todo rastro de memoria colonial, por muy importante que fuera esa memoria para los mitos fundacionales de esos países. En Londres, las masas derribaron la estatua de Churchill, en Portland la de George Washington, y también asaltaron tiendas e incendiaron edificios. En USA se formaron inmediatamente milicias de extrema derecha que se hacían llamar patriotas y que desfilaban amenazadoramente con atuendo militar. Estas milicias estuvieron detrás del asalto al Congreso de Washington cuando Donald Trump perdió las elecciones. Era lo mismo que se había vivido en Europa en los años 30: extrema derecha contra extrema izquierda, grupos paramilitares contra grupos paramilitares, y por encima de todo, el deseo indisimulado de exterminar al adversario. Y todos sabemos adónde llevó todo aquello.
Por fortuna no hemos llegado aún al punto de no retorno, pero es evidente que los extremismos se retroalimentan y que el odio al adversario –ahora no sólo odiado sino temido– acaba desencadenando los peores horrores. En España deberíamos saberlo mejor que nadie.
También te puede interesar
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Gómez Piñol, maestro, persona y personalidad
Cuarto de muestras
Carmen Oteo
Ruedo ibérico
Quousque tandem
Luis Chacón
Religiones de Estado
El salón de los espejos
Stella Benot
¿Les importan las fotos?