La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
El desgraciado drama de la DANA ha provocado no sólo la pérdida de la vida, tal y como la conocían, para unas personas a las que sólo cabe ayudar, sino la muerte de varios cientos de ciudadanos que no podrán regresar a lo que era su hogar. Un drama que nos ha sobrecogido a todos, por lo cerca que tenemos a las víctimas y por el altísimo número de éstas. Nos duele el corazón porque lo tenemos roto. Y en medio de tanto dolor, mientras una mayoría de la ciudadanía demuestra una vez más que la gente es lo mejor de este maravilloso país que es España, y se ha puesto de inmediato a disposición de lo que haga falta con tal de acompañar a las víctimas; los de siempre, se han dedicado a crispar el ambiente y a dividir a las buenas personas buscando a quien culpabilizar de que haya llovido tanto y en tan breve espacio de tiempo.
Dicen los unos, que todo es culpa de Sánchez y le abuchean, lanzan objetos y le criminalizan. Sánchez es como el pecado original que todo lo explica. Cualquier cosa mala que ocurra es debido a él. Así que asunto resuelto, le echamos de la Moncloa y no volverá a haber más Danas por decreto Ley. En la orilla de enfrente, los otros dicen que fue la administración autonómica la que falló. Al parecer mientras ocurría el drama, los que estaban al mando eran tan incompetentes que no sabían ni pedir ayuda. Y así, todos enfadados y expertos de la noche a la mañana en como actuar ante un hecho que nadie había vivido con anterioridad.
Escuchando a algunos portavoces del cabreo, sorprende la simpleza de sus argumentos, pero no tanto el populismo de sus alternativas. No hay nada que venda mejor que echar la culpa de las desgracias a los políticos. Por lo que, en conclusión, hay que prohibir la democracia por costosa e inoperante, que es lo que pretenden. Pero nadie explica lo que hay que hacer, cuando algo inesperado ocurre y golpea con una fuerza desconocida, porque es imposible ser un experto en lo que no se conoce. Pero los profetas del apocalipsis aprovechan la ola para vender su mensaje, el de siempre, que la culpa la tienen los otros y que, prescindiendo de ellos, sólo lloverá entre semana y sobre los pantanos vacíos. Sería mejor si ayudaran con su silencio hasta que quitemos el barro y los fallecidos descansen en paz, para luego exigir todas las explicaciones y responsabilidades que sean necesarias, con la voluntad de que la próxima vez el daño sea menor. Porque seguirá lloviendo a cántaros, como dijera Dylan, pero juntos podremos mejorar nuestras gabardinas.
También te puede interesar
Lo último
Solas | Crítica de danza
Carne fresca para la red
Orquesta Bética de Cámara. Concierto 1 | Crítica
El regreso de Turina a Sevilla