¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
La aldaba
Hay gente que triunfa y no lo sabe. O no se lo dicen. Hay muchas personas que dejan Sevilla y se marchan a Madrid a hacer carrera, como en tiempos se iban a las Indias. Hay quien no ha logrado el éxito, pero anda por ahí contando sus particulares hazañas. Y todos las escuchamos con un respetuoso silencio porque así nos han educado, hasta que llega el día en que decides elegir a quién atiendes y a quién no le dedicas los minutos que requieren relatos largos y pronunciados en esa incombustible primera persona. Los más interesantes son los inseguros, los que quieren saber si han triunfado o no. Necesitan cantores de sus hazañas, un séquito que los adule y una revista de colegio profesional que les ponga su foto en un tamaño irrisorio para que alguien los vea dentro de siete meses en la sala de espera de la consulta del dentista en Los Remedios. Un buen amigo capitalino tuvo el desatino de preguntarme cómo conseguir que un acto fuera un éxito rotundo en Sevilla. No quería fallar porque de aquella convocatoria dependía su cuenta de resultados. La cosa era seria. Me quedé pensando antes de dar una opinión a la ligera hasta que le hablé claro. "Consigue que todo el mundo se entere, pero que solo acuda como máximo un tercio de los que se han enterado, pues el éxito verdadero dependerá de los dos tercios que se han quedado fuera". El buen hombre contestó que ese dictamen estaba trufado de cierta crueldad. Cierto. ¡La vida es cruel! Como el señor de Madrid era y es de los que "suben y baja de la capital al Sur" tuvimos que referirle el acto del Pregón de la Semana Santa. El día que el Pregón sea en la Catedral deja de tener tanto interés, porque ya cabrían todos los que quieren ir y, entonces, la cosa baja como un suflé de Lhardy (el cocido de tres vuelcos es por encargo). Al final el éxito está en el criterio propio, cierta exhibición de músculo para alterar a los queridos 'enemigos' el punto justo de un lomo bajo en Robles y, por encima de todo, en tener claro, como dice Luis Bolaños, que los valores de siempre no han cambiado: trabajo real, sacrificio y esfuerzo.
Así lo enseña otro empresario de renombre como Gabriel Rojas, cuando refiere que en esta ciudad para ser hermano mayor hay 4.000 tíos, pero para ser empresario no hay 40 señores. Para tomar copas están todos, de visita somos todos agradables, pero cuando toca parar en el primer burladero al avieso toro recién salido del chiquero están los de siempre... ¿Tú crees que nuestro amigo ha triunfado en Sevilla?, me preguntaron. "Rotundamente sí, porque es un señor". Es muy trabajador, crea riqueza, tiene claras las prioridades, rehúye los saraos improductivos y, sobre todo, no se pirra por esas fotos de mesas hiperpobladas donde la gente aparece más apretada que la antepresidencia de una cofradía de barrio y con el rostro forzado por el estiramiento de cuello para reducir la papada.
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