La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Ya conocen la noticia: según Ayuso, una de las ventajas de vivir en Madrid es que apenas te encuentras con tu ex y -añadió- "eso también es libertad". No como en el resto de España que, como todo el mundo sabe, al no salir del cortijo nos acabamos juntando entre primos, y eso después, a la hora de cortar, es un agobio. La presidenta de Madrid debiera saber que en Cádiz también es raro que te cruces con el ex si una vive en Cortadura y el otro en La Caleta. Quizá sea por eso que la tacita es considerada cuna de las libertades. Hay quienes presumen de llevarse muy bien con todos sus ex, lo cual me parece un exceso y un agravio comparativo: no hemos roto con ciertas personas por resultar divinas; como diría el cantautor Daniel Mata, lo normal es que las parejas decidan separarse "de mutuo desacuerdo". Pero salvo casos de alta traición, acoso o maltrato, encontrarte por la calle a un ex del que te has desvinculado de corazón tampoco es un mundo, con saludar de lejos con la manita ("¡Hasta luego, Maricarmen!") va que chuta. Aunque, visto desde otro lado, a estas alturas de la vida estoy con quienes, a la hora de echarse pareja, no sólo se preguntan qué tal será de consorte, sino cómo será cuando sea un ex. Los novios pasan, pero los ex, por suerte o por desgracia, son para toda la vida.
Que se lo digan si no a Pedro Sánchez y a Pablo Casado: los ex presidentes del Gobierno de sus respectivos partidos son, por una cosa o por otra, una cruz que soportan con resignación cristiana. Acordaos si no de ese Casado sentado frente por frente en una charla con Aznar (hace no mucho, en un acto organizado ex profeso por un centro universitario de los Legionarios de Cristo): sudó la gota gorda. Las unciones pasa Pedro Sánchez con Felipe González cada vez que este último pontifica desde ni se sabe qué lugar de las ideologías. Con ex menos estrambóticos, como Rajoy y Zapatero, Casado y Sánchez también pasan fatiguitas. Los ex presidentes, con sus egos despendolados o su pasado que regresa o su presente inquietante, sí son un problema real. En estos casos lleva razón Ayuso: no tener que encontrárselos sabe a libertad.
Pero no hay ex peores que los que se pasean del brazo de tu peor enemigo: ha sido el caso Nicolás Redondo y Joaquín Leguina, que se retrataron con Ayuso en plena campaña. ¡Lo difícil que es encontrarse en Madrid con el ex propio y lo fácil que fue para la candidata coincidir con los ex del adversario!
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