La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia que conduce a la primavera morena en Sevilla
Ayer, en su toma de posesión como presidente, dijo Donald Trump: “Comienza una nueva era para Estados Unidos, nuestro país comienza a florecer desde mañana”, y se me vino a la cabeza la escena de Excalibur en la que los caballos de Arturo y Ivanhoe van haciendo brotar verdor y flores con las pisadas de sus tropas a galope sobre la tierra yerma. Desde la que puede convertirse en una decadente y fragmentaria periferia transoceánica, la UE, no cabe otra que opinar sobre lo que puede ser Trump para nosotros. Aunque a veces se empeña en hacer el pajarraco, Donald Trump es un ave fénix: de las cenizas de su presunción de delincuencia ha renacido, ganando las elecciones por goleada. En la otra cara de esta moneda de dólar está el provecto Biden, que también ganó sobrado su inquilinato en la Casa Blanca; y sobradísima ha sido la derrota de su delfín, Kamala Harris, que saltó al terreno de juego sin calentar.
El rubicundo hombre de la eterna corbata roja hasta la cremallera –ayer lució una carmesí con lunaritos– no parece ser un negociador blando, quizá fantasmón. Su verbo es simple, que es lo que se lleva. Y de intenciones claras sí parece, a saber: expansionismo geopolítico, con Groenlandia y Canadá como los más asombrosos objetos de su deseo; proteccionismo, con una inminente subida de aranceles que financiará la bajada de impuestos prometida, que amenaza a muchas empresas europeas exportadoras, que podrían verse en severo ajuste competitivo. En tercer lugar, Trump sólo parece tener ojos para China, con la indisimulada voluntad de hacer de las relaciones comunes, compatibles o conflictivas con ella el principal asunto de Estado.
Para el Viejo Continente, aliado occidental eminente de EEUU, Trump se torna un serio peligro estratégico, esto es, un enemigo de su viabilidad política y económica. La apuesta descarbonizadora comunitaria puede verse también en entredicho. Igual la OTAN. Los llamados negacionistas no llegan aquí al terraplanismo, pero lo han hecho de la pandilla con los brazos abiertos. Le salen embajadores dentro de la propia UE, el último, justo debajo de Alemania, en Austria, donde la extrema derecha se ha encaramado al poder. Más allá de Europa, Trump tiene millones de partidarios. Y, ojo, en el mundo pobre: son los parias de la Tierra quienes ven en él una esperanza de cambiar un mundo que los margina y maltrata. Una paradoja de dimensiones planetarias. Y es que aquello de la “democracia liberal” y el Estado Social les suena a cuento chino. Bueno, europeo.
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