Un árbol de pascua
Eufemismos
Es costumbre humana protegerse durante la narración de situaciones comprometidas mediante eufemismos que dulcifican lo ocurrido. Práctica común que afecta a individuos y colectividades, tal y como puede demostrarse en tres ejemplos históricos relativamente cercanos.
En ningún sitio como en los ámbitos públicos de las comunidades autónomas vasca y navarra es tan frecuente el uso del término “conflicto” para referirse a las décadas de subversión terrorista que padecieron aquellas tierras y, colateralmente, el resto de España, a cargo del ala izquierdista radical del secesionismo vasco.
Mucho más al norte, y en pleno Atlántico, en Irlanda del Norte hablan de los troubles (problemas) a la hora de definir la guerra civil de baja intensidad que enfrentó por la misma época al IRA Provisional, partidario de la reunificación de la isla bajo la soberanía de Dublín, con la a menudo mal avenida alianza de las fuerzas británicas destinadas para asegurar la división existente desde 1922, con las milicias armadas unionistas –respecto al Reino Unido se entiende– de confesión religiosa protestante.
A medio camino de ambas latitudes, en Francia, por multitud de años han minimizado el trauma de la sangrienta guerra de independencia argelina, como una mera acumulación de événements (sucesos) encadenados casi de forma casual. En realidad, el proceso descolonizador acaecido de 1954 a 1962 resultó con diferencia el más violento de estos tristes episodios. En este caso, caracterizado por un combate brutal a tres bandas entre la República Francesa, las guerrillas y comandos del Frente de Liberación Nacional y, en su fase final, la OAS, siglas francesas de la Organización (del) Ejército Secreto. Y ponemos a sabiendas el paréntesis al artículo contracto, ya que no siempre fue utilizado por sus protagonistas en sus panfletos y proclamas.
Fue la OAS un entramado cívico-militar que luchó contra todo y contra todos, por preservar el futuro imposible de una Argelia francesa, tras la cínica traición de un De Gaulle cuyo regreso al poder en 1958 se produjo, precisamente, aupado por el ruido de sables de los militares opuestos a cualquier tentación abandonista. Fundada por oficiales rebeldes refugiados en el Madrid de Franco, en sus listados de mártires y supervivientes, abundan los apellidos de origen hispano, fruto de las oleadas migratorias, durante los siglos XIX y XX, de gentes de nuestra tierra a la entonces próspera colonia gala.
En las últimas semanas, la lectura del magnífico estudio que recientemente Erik Norling ha consagrado a este oscuro capítulo de la historia del país vecino, ha resucitado el interés que desde la adolescencia había sentido por la Guerra de Argelia, a través de tres fuentes diferentes: un libro de Ediciones Acervo, obsequiado por mi padre, en el que se dedicaban unas líneas a la OAS; el falso documental La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, y la fascinación de un amigo, hoy periodista de esta casa, por la novela Los Centuriones, de Jean Lartéguy.
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