La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
DE POCO UN TODO
EL mismo día que el PP me daba la alegría de presentar de número 3 en sus listas europeas a Teresa Jiménez Becerril, me pegaba el planchazo de que Celia Villalobos y Ana Pastor votasen a favor de la admisión a trámite de una proposición no de ley de Izquierda Unida para reprobar al papa Benedicto XVI. En cambio, los otros dos miembros del PP que forman parte de la Mesa del Congreso, Jorge Fernández Díaz e Ignacio Gil Lázaro, votaron en contra. Todo este vaivén debe de ser lo que se conoce como el giro al centro.
Hace tiempo que los giros (unos a la izquierda, otros al centro) los tengo asumidos. Sin embargo, estos últimos han tenido sobre mi ánimo el efecto de una ducha escocesa. Por un lado, nada más necesario que dar voz política a las víctimas del terrorismo. Por otro, nada más inútil que hacer de altavoz de una demagogia anticatólica y, sobre todo, desinformada. Al final de tanto zarandeo, ¿con qué cuerpo me quedo? Y no es una pregunta retórica, sino auténtica, desconcertada. ¿Qué pensar de este PP elástico, giratorio, desmontable, que vota partido por la mitad en la Mesa del Congreso, la tarara, sí, la tarara, no, entre otras contradicciones?
Creo que la respuesta pasa por llegar al fondo de la cuestión. Políticamente, los españoles de a pie, sea cual sea nuestra postura, o de izquierdas o de derechas, estamos a la intemperie. Nuestros partidos no son los defensores de unos principios ni de una ideología, ni siquiera de una gestión ni de una ética pública, sino maquinarias de acceso al poder.
Si la prioridad es el poder -alcanzarlo y, luego, mantenerlo-, el político acaba siendo un títere de la estadística en vez de un hombre de Estado, ya esté en el Gobierno o en la oposición. A menudo, el hombre de Estado tiene que asumir el riesgo de tomar decisiones impopulares y tratar de convencer después al electorado. "Sangre, sudor y lágrimas", sería el ejemplo supremo, aunque para salir de esta crisis no nos deberían faltar otros. Al hombre de estadística le basta encargar unos sondeos, saber qué opina la mayoría, deducir el común denominador, proponérnoslo con alados eslóganes y gestos milimetrados, y a correr, quiero decir, y a votar. Funcionar, funciona, como demuestran las últimas encuestas, favorables al PP giratorio.
Pero un líder de verdad es otra cosa. Además, nadie o casi nadie se siente representado por un común denominador. Cada vez está más claro que la política en su sentido más noble, esto es, la defensa de unos principios y la justa pretensión de convencer a nuestros conciudadanos de ellos, es algo que hoy por hoy sólo puede hacerse fuera de la política.
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