Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
HEMOS perdido a la duquesa de Alba. Nos deja un gran vacío porque ocupaba un espacio importante en la vida social española. Cayetana Alba fue una buena embajadora de Sevilla, Andalucía y España. En nuestra ciudad es una institución respetada por todos, independientemente de orígenes, situaciones económicas o credos políticos.
La vida le permitió siempre desarrollar su libertad. Cayetana era un espíritu libre. Tenía criterio sobre todo lo que le rodeaba. Opinaba sobre economía, sobre empleo, sobre impuestos y también sobre las decisiones de los gobiernos de los distintos colores. En todas sus reflexiones permanecían inalterables dos constantes: la defensa a ultranza de la Monarquía como sistema de Estado y la inquietud permanente sobre los enfrentamientos civiles entre los españoles.
Tenía personalidad hasta decir basta. Siempre moderna, anticipándose al futuro. Era todo lo contrario al seguidismo de los usos sociales del momento. Amaba a los animales, sin que ello le impidiera ser una gran admiradora de la fiesta de los toros, en la que veía arte y cultura. Con Cayetana de Alba se disfrutaba en la conversación. Tenía un gran sentido del humor que alcanzaba a sus comportamientos y actitudes.
Teniéndolo todo hizo mucho. No se conformó nunca con lo recibido y tradujo al siglo XX y al XXI el legado de la Casa de Alba. Quiero destacar su empeño personal en la reconstrucción del Palacio de Liria tras la Guerra Civil, su labor de mecenas y una faceta no del todo reconocida en una forma de ser tan singular: el compromiso social. La generosidad era otro rasgo de su carácter y quizás la ciudad de Sevilla fue la primera destinataria de este gran corazón.
Practicaba la mejor acepción del concepto de educación. Para ella educación siempre era sinónimo de respeto. Eso sí, ese respeto lo exigía para su persona, para su figura y para la Casa a la que representaba. En los últimos años vivió con amargura intromisiones a la intimidad y al derecho al honor. Consideraba que los poderes públicos debían afrontar la desprotección de las personas frente a los medios de comunicación de masas.
Hay mujeres que trascienden al tiempo que les toca vivir e incluso a sus propias circunstancias. Es el caso de Cayetana Alba. Creativa y promotora de la cultura; española sin complejos, que supo compatibilizar la responsabilidad del legado histórico, que no es cualquier cosa en la historia de España, con la normalidad de ser Cayetana.
No por esperada, su muerte nos deja de conmover. Tan indomable pareció siempre la libertad de su espíritu que ni tan siquiera era imaginable que algún día Cayetana Alba pasara de vivir con nosotros a hacerlo en la intemporalidad de los mitos. De los mitos, además, sevillanos. Su vida fue tan normal, dentro de lo extraordinario de sus orígenes, que nunca la petulancia hizo mella en su faceta pública como depositaria de las distinciones o privilegios que conlleva la jefatura de la Casa de Alba.
Descansa en paz un espíritu libre. Un abrazo a Alfonso y a toda la familia que tanto la quiere.
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