El espíritu del Club de Enganches

La época dorada del Club fue aquella 'belle époque' en la que coincidieron el aznarismo y la Andalucía socialista

01 de diciembre 2020 - 02:30

No deja de ser una divertida paradoja que en aquella Andalucía de la recién estrenada autonomía, con el discurso de la reforma agraria aún activo y el PSOE vestido de pana, naciese aquel club de señoritos dispuestos a recuperar un patrimonio histórico que acumulaba polvo en los cortijos y haciendas, víctima de la motorización del campo y de la vida en general. Entre los pioneros del Real Club de Enganches de Andalucía destacaron su primer presidente, el inolvidable Antonio Sánchez-Bedoya, un agricultor rubio y simpático como un inglés de película, y el jerezano Luis Rivero Merry, coronel de Caballería y fin de raza militar. Fue una promoción que amó al caballo como sólo se hace en el Bajo Guadalquivir. Después vino otro tipo de socio vinculado al entramado empresarial de la ciudad, como el legendario Rafael Álvarez Colunga, que dio al club un sentido más social y figurón, y lo convirtió en una suerte de Maestranza burguesa, en un lugar de referencia para el Tercer Estado hispalense. Porque los enganches tuvieron algo de ascensor social en la Sevilla del pelotazo y pasear en uno por la Feria o en la exhibición anual de la Plaza de Toros era una especie de certificado de estatus, como tener en el salón un murillo expoliado por los funcionarios liberales de la desamortización.

La época dorada del Club de Enganches fue consecuencia de aquella belle époque que supuso la conjunción de la España aznarista y la Andalucía socialista, antes de que el crack de 2008 acabase con la gran jarana. Una belle époque que, como todas, tenía mucho de inconsciencia y frivolidad, pero que dejó hermosas estampas angloandaluzas que nos remitían a una deslumbrante Sevilla de opereta, como soñada al alimón por Rossini y Victorio&Lucchino. Quien no vio las calles del real atestadas de carruajes, con postillones y cocheros que podrían competir con los del Londres victoriano, no vio hasta qué punto la oligarquía de esta ciudad puede gustarse a sí misma, para desesperación de ilustrados y modernos.

Pero de todas aquellas pompas y vanidades queda ya poco. El último golpe recibido por el Club es, como informó en estas páginas Álvaro Ochoa, el cierre de la que ha sido una de sus principales aportaciones: el Museo de Carruajes, una interesante iniciativa que aportaba valor a la ciudad y en la que trabajaron con ahínco personas como Jesús Contreras, Ramón Moreno de los Ríos o Teresa Andrada-Vanderwilde. Quizás ahora vuelva a ese espíritu pionero de antaño que nació en la Hacienda Villanueva del Pítamo, el de Antonio Sánchez-Bedoya y Luis Rivero Merry, cuando la vida era todavía un divertido raid en el que participar.

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