Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Hoy en el Reina Sofía una exposición sobre los esperpentos –los de Valle Inclán pero no sólo– tan densa que al final deberían darle al público un diploma. Partiendo de la imagen deformada de los espejos cóncavos, la expo recorre todos los escenarios posibles de la hiperrealidad: el teatro, la pintura, la literatura, el cine o la crítica política. El esperpento arranca en la picaresca, en Goya, en la visión deformada de la realidad que al fin resulta más exacta que su idealización hermoseada. Los títeres con más fuerza que los rostros humanos. Las caricaturas como retrato exacto. La Gran guerra y la caída del orden de los imperios europeos desnudando viejos valores, desenmascarados precisamente a través de las máscaras. Una mirada distorsionada que sin conexión aparente entre autores, que sepamos, une a Valle con Brecht, a Galicia con Berlín, a la España de las regencias y los reyes promiscuos con los tiranos de los murales del mexicano Orozco. Tirano Banderas como la precuela de la larga lista de dictadores que habrían de venir, los Torrijos, los Somoza, los Goebbels y los Beria. Enfrente de un cuadro brutal de Rosario de Velasco, una de las amigas que me acompañaba recibió un mensaje de alguien que me buscaba desesperadamente, mientras la batería de mi móvil había fenecido justo después de haber hecho una foto a un tríptico impresionante de Umberto Boccioni. Se trataba de una noticia trascedente que necesitaba una decisión urgente y que me encontraba desnuda de conexión y, por cierto y no es la primera vez, con un resfriado que me acercaba a la catatonia. Pocas horas después de la exposición y a raíz de una noticia que llevaba mi nombre entre otros muchos, más brillantes, más conocidos, más polémicos incluso, oí una definición de mi persona en boca de un famoso locutor, devenido en agitador, que me provocó la misma sensación que la de verme reflejada en los famosos espejos del Callejón del Gato. Al poco, la naturaleza nos ofreció imágenes que podrían haber compartido espacios en las paredes de la expo, las ciudades como escenarios de un siniestro carnaval pintado por un consumidor de psicotrópicos o del opio de los primeros surrealistas. Algunos personajes han aparecido en medio de la tragedia y del dolor, de los desaparecidos y los muertos, como polichinelas de circo pobre y en las últimas, sus palabras como esos trajes ajados que ya no aguantan una nueva función. Recuerdo las últimas horas, desde el martes pasado, como si mi visita a los Esperpentos se hubiera prolongado días, como si todo lo sucedido formara parte de esa realidad que cuanto más extraña más verdad resulta. Pero en medio del caos mi pantalla se llena de mensajes, gratos, animosos. Y la expo que habita en mi cabeza termina exactamente como sucede en el Museo: en la sala de al lado, los bellísimos lienzos de Soledad Sevilla. Se hace la luz.
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