La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Hasta Feijóo habla del cupo catalán cuando en puridad lo que se ha negociado, en un oscuro rincón suizo sin luz ni taquígrafo, es un estridente concierto fiscal. Sin éste no habría cupo, pero el uso perverso del lenguaje confunde al personal con el término más amable del cupo de la solidaridad, como una generosa dádiva que entregará la Generalitat al Estado. A la ministra Montero, una parodia de sí misma, le dejan el trabajo sucio e intenta enredarnos con la parte contratante de la primera parte, por no mencionar el dichoso concierto que tan tristemente negativo resulta para todos.
Tras imponer a su ministro Escrivá como gobernador del Banco de España, Pedro Sánchez nos obligaba a remontarnos a la dictadura de Franco para encontrar un abuso de poder tan descarado. Pero, con la concesión de los privilegios a los separatistas catalanes, hay que trasladarse mucho más lejos en el tiempo. Al siglo XVIII, ni más ni menos. Ningún territorio, desde la Guerra de Sucesión, cuando vascos y navarros lograron salvar sus fueros gracias a su apoyo a Felipe V, ha logrado un trato de favor similar. Hoy ERC presume de lo mismo por sostener a un Sánchez que juega al despiste con su gente. Los catalanes se lo guisarán y comerán en un banquete donde se pretende retirarle el cubierto a la mayoría de comensales, a cambio de un hatillo con las sobras. El pacto consiste en que tras recaudar todos sus impuestos, sólo estarán obligados a abonar al Estado una cantidad –que nadie sabe cómo se calcula– para financiar los servicios que le presta la Administración central. Y como este país ha dependido tanto de los nacionalistas para gobernar, el cupo se negocia a la baja, sin olvidarnos de financiar las pensiones tanto a los vascos como a los catalanes, por supuesto.
Lo más intolerable es que mientras que País Vasco y Navarra siempre han barrido para casa sin ocuparse de nada más, los independentistas catalanes aspiran a una España confederal en la que sigan siendo determinantes, una especie de Estado asociado al estilo de Puerto Rico, que goza de un mercado interno a la carta más que rentable. Sánchez está dispuesto a todo, incluso a permitirles que nos indiquen cómo conducirnos por la vida. Si la Generalitat sube los impuestos porque tira el dinero en embajadas por medio mundo, querrá imponernos la misma política fiscal al resto para no quedar en evidencia. Ni hablar de las rebajas fiscales para atraer inversiones sin permiso de Cataluña. Junts ya ha advertido al PSOE que no consentirá una España federal e igualitaria. Este cambio de modelo de Estado nadie lo ha reclamado, por cierto. Pero que no cunda el pánico. Sánchez, que prefiere más una España de SEAT Panda que de Lamborghini, con el desahogo que le caracteriza, anuncia dinero para todos, tirando de una deuda pública que suma 1,6 billones. Al parecer olvida que lo más necesario en política es adaptar los extremismos, al menos en ciertos momentos, a un objetivo superior, el de ser útil y servir a tu país.
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