Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
El feminismo es el mayor movimiento político del siglo XXI, diverso, plural y hasta contradictorio, pero global, un fantasma que recorre el mundo y cuya potencia es comparable al de las grandes ideologías que marcaron la anterior centuria, tan profundo que ha generado su reacción en forma de una nueva ultraderecha que ha dejado los correajes por la reivindicación de una identidad asentada en los viejos valores culturales, sociológicos y religiosos de las naciones. Por eso, el sesgo de voto masculino está tan acentuado en el electorado de Vox y en Trump, no así en el de Le Pen que ha entendido que para gobernar es necesario desprenderse de todo aquello que la gran mayoría de las mujeres considera herramientas de una opresión secular. Cada semana tiene su mártir, Gisèle Pelicot la última.
Y si el feminismo es el gran movimiento, la migración es el fenómeno por excelencia de este siglo, otro torbellino de cuya reacción también se nutren los partidos de las nuevas derechas, aunque la preocupación también ha alcanzado a la izquierda europea, consciente de que sus efectos negativos se sufren de un modo especial los barrios desfavorecidos de las grandes ciudades.
Porque a eso vamos, la inmigración es un fenómeno desigual que no llena las Españas vacías, sino que inunda las megápolis que abona una globalización concentradora de las economías. Madrid, nuestro gran DF, capital de las Américas, se consolida como la región más rica de España, por delante de Cataluña, y es allí donde se está reuniendo el grueso de la población migrante que se levanta muy temprano cada día.
Uno de cada siete madrileños ha nacido en un país hispanoamericano. Venezolanos, colombianos y peruanos son mayoría en algunos barrios, España reescribe una historia común que comenzó hace cinco siglos aunque el mestizaje avanza ahora en el sentido contrario a los vientos alisios. Ayuso lo ha comprendido. Cataluña, la de las decisiones erróneas, apostó hace dos décadas por una migración no latina, sino magrebí, por temor a que los nuevos llegados supiesen antes el español que el catalán, una tropelía más de quienes están llevando a esta gran comunidad a la ruina política, intelectual y económica.
El mapa de la migración es el mapa de la riqueza, la población sólo crece en el litoral español, en el sumidero madrileño y en la zona sur del valle del Guadalquivir, Sevilla y su conurbación. Los hijos de Cochabamba y Guayaquil pagarán nuestras pensiones, sus nietos serán madrileños, sevillanos y malagueños.
La reacción es mayúscula y aún será más fuerte, pero el siglo XXI se le echa encima.
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