Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nuestro maravilloso Elon
EL carácter único, absolutamente único, de los Juegos lo da el hecho de que este domingo en España estuviéramos pendientes de una disciplina, el pentatlón moderno, cuyas reglas hemos tratado de aprender sobre la marcha, en cuanto el sábado comprobamos que una admirable deportista barcelonesa, Laura Heredia, se metía en el corte definitivo por las medallas. Esta vez el caballo no le respondió y el podio se le esfumó. Como a la delegación española se le había esfumado ya antes el objetivo de mejorar de una vez la cosecha de Barcelona 92. Treinta y dos años, con sus temporales y sequías, hace ya de ese registro de 22 preseas, 13 de ellas oros, que seguirá envejeciendo mal mientras no seamos capaces de batirlo cada cuatro años con naturalidad y acercarnos a los treinta metales.
Por licencias federativas, por PIB, por amor al deporte en múltiples vertientes, deberíamos ser más de lo que somos en especialidades troncales en los Juegos, como la natación, la gimnasia o el ciclismo. Y soy el primero en anteponer que el medallero ilustra, pero no sentencia: hay deportes como la halterofilia que reparte decenas de medallas y otros de mucho más peso, como el baloncesto, sólo reparten seis. Los uzbecos, por ejemplo, nos enseñan la matrícula porque han arrancado en el boxeo cinco oros, los mismos de toda la delegación hispana.
Pero ese asterisco, no pequeño, no oculta que Italia ha vuelto a colgarse más del doble de medallas que España. Que han brillado en natación o gimnasia, como en Tokio hace tres años.
A los políticos españoles les faltó tiempo para sacar pecho de conquistas sonoras en los deportes de equipo, donde se refleja ese trabajo técnico y estructural que a menudo está muy por encima de la dirigencia. Ejemplo, el fútbol. Pero hace falta más, mucho más. Demasiadas veces rozamos el podio. Nos traemos diplomas para empapelar la Giralda y algo falta. Nuestra pasión no es correspondida.
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