La España del ‘Gúor Pérfeh’

18 de enero 2025 - 03:10

Supongamos que usted, amigo lector o lectora, tiene que dar una charla en una biblioteca municipal. Bien, para que sea posible llevarla a cabo, usted tendrá que presentar cuatro certificados distintos (un certificado de la Agencia Tributaria, otro de estar al corriente de los pagos al Ayuntamiento, otro de los datos bancarios y otro de que carece de antecedentes de delincuente sexual). Pero eso no es todo, porque también tendrá que aportar una declaración que autorice a verificar los datos aportados en los cuatro certificados previos. Por supuesto, también tendrá que enviar una copia del DNI. Y todos estos trámites le llevarán tiempo y le exigirán mucha paciencia, ya que tendrá que sortear los sinuosos laberintos cibernéticos de las plataformas digitales: la Cl@ave de la Sede Electrónica, la Autofirma (que todavía no sé qué demonios es), los códigos respectivos (que mutan como los virus), las contraseñas y quizá una gota de sangre (y una libra de carne) que prueben que usted es la persona que dice ser, una vez analizado su ADN en el correspondiente laboratorio. Y todo esto, repito, son los trámites mínimos para dar una modesta charla.

Y uno se pregunta para qué demonios sirven los miles y miles de empleados públicos que supuestamente deberían dedicar su tiempo a facilitar estas engorrosas tareas burocráticas. Pero ah, amigos, ahí es donde empiezan las incógnitas. Porque hace unos años nos enteramos de que la mujer de Juan Espadas, reclamada por una comisión parlamentaria, confesó que sus titánicas y agotadoras tareas de empleada pública consistían en usar el Gúor Pérfeh, es decir, el Word Perfect, un procesador de texto que dejó de usarse hacia el año 2000. Y hace menos tiempo, el músico David Azagra, también conocido como el Hermanísimo, reconoció ante la juez que investigaba su contratación por parte de la Diputación de Badajoz que no tenía muy claro dónde estaba la oficina en la que trabajaba ni tampoco en qué consistía exactamente su trabajo. Fabuloso. ¿Y los certificados? ¿Y las declaraciones? ¿Y la Cl@ve? Misterio.

Así que los cuatro pringaos que pagamos los impuestos con los que se sostienen los sueldos de los empleados públicos seguiremos rellenando certificados mientras nos peleamos con la Cl@ve y los códigos y las autofirmas. Usando el “Gúor Pérfeh”, por supuesto.

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