La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Despierten. Que la Selección Española haya ganado la Eurocopa reconociendo la grandeza de dos hijos de inmigrantes, dos niños de oro afro como Nico Williams y Lamine Yamal, no nos ha curado de nada. No somos más tolerantes ni menos racistas y, por supuesto, no se nos ha pasado el momento mono contra Vinicius ni la mala educación. Con permiso de Almodóvar, ha bastado una foto, un gesto, para recordárnoslo: lo ha protagonizado el segundo capitán de La Roja, el chaval de Leganés que llegó con 10 años a la cantera del Real Madrid, uno de los alevines que colocó la primera piedra de la Ciudad Deportiva junto a Di Stéfano y que, con estadísticas en la mano, no lo está haciendo nada mal… sobre el terreno de juego.
En privado, me remito a los testimonios que vuelan por redes, Carvajal es simpatizante de Vox, amigo personal de Abascal y fan de Alvise Pérez y Vito Quiles (los ultras de Se acabó la Fiesta). Me consta que, con la crisis del beso de Rubiales, dejó más que plantadas a sus compañeras de la selección femenina, y hay quienes también lo sitúan muy a gusto con los neonazis de Desokupa.
Hipocresía. ¡Qué tendrá que ver el talento con la moral! Como si no tuviéramos ejemplos de que triunfar en este mundo capitalista, egoísta y voraz, nada tiene que ver con los principios y con la ética. Mucho menos con los derechos humanos y con saber estar.
Hipocresía. No ha dejado de taladrarme esta palabra desde que media España vitoreó a Yamal, poco importaba su color de piel, sus antepasados marroquíes y su casa sin glamour del 304, cuando abatimos a Francia y pasamos a la final. Por cierto, en el otro extremo de Carvajal, llevo toda la Eurocopa defendiendo que el mayor logro de Mbappé no ha sido sobre el césped sino su llamamiento público a frenar a Le Pen. Pero esa es otra historia; como lo será la suya en el Madrid...
¿Decíamos la España de Carvajal? No sé si ya se estará arrepintiendo del desplante al presidente del Gobierno de hace unas horas; de no haber sabido diferenciar y llevar con algo de decencia y dignidad la camiseta. Era una recepción informal, pero me sirve la metáfora para cuestionar que todo eso, lo de la educación y los valores, lo enseñe el deporte. Los triunfos no nos hacen intachables, ni infalibles y ni siquiera buenas personas.
Pensándolo bien, tal vez haya que darle las gracias a Carvajal. Por ser coherente; por no ser hipócrita; por no fingir lo que no es. Por despertarnos.
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