La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Un tipo muy inteligente y al que conviene seguir porque es un oasis de criterio en el desierto del mal gusto de las fosas sépticas que son las redes sociales es el escritor Gonzalo Gragera, al que creo que no tengo el gusto de haber saludado, cosa que espero hacer pronto, pero no hay mejor forma de valorar a alguien que aquello tan antiguo y cierto del por sus obras lo conoceréis. Alguien que se define como gacetillero y publica contenidos tan bien enfocados merece todos los respetos. A Gonzalo le leímos esta semana denunciar la barbaridad urbanística del Paseo del Marqués del Contadero, ese tramo en torno a la Torre del Oro que debiera ser una delicia para el viandante (sevillanos y turistas) con vistas a la otra orilla de tal forma que te entraran ganas de cenar en el Río Grande enfrente. Pero es justo lo contrario, porque casi diez años después de acabada la obra no hay quien haya acabado con el mamarracho que los técnicos de la Gerencia de Urbanismo perpetraron en un lugar tan distinguido de una ciudad como Sevilla, una urbe que siempre debería estar llamada a ser exquisita y ejemplar, pero que adolece de la falta de gobernantes que sepan elevarla hoy a la categoría que le concede su historia, patrimonio histórico-artístico, patrimonio inmaterial y proyección en industrias como la aeronáutica más allá de los bares y el tataki. La reforma del entorno de la Torre del Oro fue un escupitajo en el rostro de la ciudad, una bofetada, una insolencia, una ofensa, una falta de respeto con la jactancia que solo permite el anunciar, ejecutar y después, encima, celebrar.
Nadie ha puesto solución a semejante desmán. Es sabido que el sevillano es muy especial en su forma de ser. Tragamos aparentemente con todo y a los cuatro años expulsamos en las urnas con la misma crueldad que dedicamos un silencio al torero desgraciado. Pasamos con celeridad de las palmas a la cruz. No avisamos al que se equivoca o está al borde de despeñarse, dejamos hacer y encima le pegamos después la bofetada de la indiferencia. Si yo fuera Oseluí, el alcalde con todas las de la ley, me daría prisa en colocar los toldos en este tramo de la mejor Sevilla y enmendar el error garrafal de los técnicos de la Gerencia en tiempos del PP de la mayoría absolutísima. Si al final, como siempre, se trata de mejorar la vida de los ciudadanos. No de llevarte mejor o peor con Juanma. Al personal le importa un pepino si hay poca o ninguna verdad en las fotos entre un político y otro. La gente quiere calles limpias, que los autobuses urbanos fluyan, que no sea una odisea encontrar un taxi en hora punta, que los colegios tengan aulas refrigeradas y servicios limpios y la Policía Local acuda cuando es llamada. Y si encima hay sombra, le ponemos a Oseluí un piso en la Plaza de Cuba, que se dice en las tertulias.
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