La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Quousque tandem
Aprendí de mi padre que la corbata no se deja en el armario ni en agosto. Lo que hace un señor es vestir tejidos ligeros. Que para eso están el lino, el algodón y los sombreros de jipijapa, a los que los yanquis llamaron panamás en el Canal, aunque provengan del Ecuador. Mi madre servía el gazpacho en vaso para acompañar las comidas estivales en las que no faltaban la ensaladilla de verano, el salmorejo o el potaje de peras de San Juan. Ni la fruta de temporada. Mi abuelo tenía su botijo en el alféizar para disfrutar de agua fresca, eso sí, con su chorreón de Machaquito, para quitarle el sabor a cloro. Me crie en una familia donde las abuelas hacían agua de limón con yerbabuena para afrontar las tediosas tardes de la canícula y crecí viendo a las señoras mover los abanicos con más arte que Lagartijo toreando por largas cordobesas y yo mismo, como vi en mis mayores, llevo siempre en el bolsillo interior de la chaqueta, uno de caballero de país liso y varillaje de olivo que se vendían en La Chilena en Granada o en Casa Rubio en Sevilla y que aún veo en algún escaparate. Y recuerdo la despedida de mi tío Nino con su “vete por la sombra y no corras” cuando íbamos a Córdoba. No hay mejor consejo para pasar una tarde de verano.
Llevamos generaciones viviendo en la tierra del calor y la calor. De los calores y las calores. Y nos entendemos. Porque el masculino y el femenino y el singular y el plural aportan matices más claros que los termómetros y no digamos, con todo el respeto a la Aemet, que los que dan el tiempo en las televisiones. Si nos enterábamos mejor con Mariano Medina y su mapa dibujado con tiza que hoy con tanto satélite y tanta probabilidad. Porque, al final, en verano hace calor y aprendimos a combatirlo antes de que Mr. Carrier inventara el aire acondicionado, encalando las paredes, colocando esteras en las ventanas y sentándonos a la sombra del emparrado. Los romanos ya tomaban helados y se iban a las termas a echar la tarde en el frigidarium, que era la piscina de agua fría, o a la natatio, que estaba al aire libre.
Por eso, me ha resultado entre tierna y pueril la presentación pública de la campaña Un verano de cuidado, cuyo objetivo es crear una “cultura del calor”. Se ve que antes se cazaban pingüinos en Sierra Morena. Supongo que entre que no tiene presupuestos y que su ministerio casi carece de competencias, la ministra de Sanidad tendrá que entretenerse en algo.
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