La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
El periodista catalán Enric Juliana repite hasta la saciedad una coletilla: "Mapas, mapas, mapas…". Se refiere, claro está, a la importancia que tiene el espacio físico en toda decisión política, algo sobre lo que se viene reflexionando desde hace décadas, con frutos tan recomendables como La venganza de la geografía, ensayo de Robert D. Kaplan. Ya saben, siempre tengan en cuenta los mapas. Pero también, y eso lo añadimos nosotros, el calendario. Lo decimos en el momento en que coinciden en el tiempo dos hechos que nos llaman la atención: la publicación en el BOJA del nuevo escudo de la presidencia de la Junta, una frivolité de Juanma Moreno, y la constatación del fracaso de su Gobierno en la gestión de la pandemia, completamente desmadrada tras los permitidos excesos navideños. Probablemente sea una casualidad esta convergencia, pero nos muestra a un Gobierno más preocupado por las pamplinas que por gestionar con eficacia la crisis sanitaria.
Según San Telmo, con el escudo (extraído del diseño de las medallas de Andalucía) se pretende realzar la figura del presidente de la Junta allí donde esté. El poder, aunque aparente lo contrario, siempre es inseguro y necesita de floripondios y liturgias para enfatizar su presencia (que se lo pregunten si no a los que cargaron los palios de Franco). Más allá de estas reflexiones, lo cierto es que esta nueva heráldica es un desatino tanto en el fondo como en la forma. En el fondo, porque es un paso más, aunque sea simbólico, en la entronización como reyezuelos de los presidentes autonómicos. En las formas, porque es un tuneo cateto del emblema ya existente, en el que leyenda e historia se aunan con acierto. Esa proliferación de coronas y laureles, esa barroquización absurda, es del todo innecesaria y parece el delirio de un alma pretenciosa, como esas casas de pueblo en las que el escudo de armas es más grande que las ventanas.
Al igual que el Conde Duque se inventó lo del Rey Planeta para pelotear a su señorito, Felipe IV, algún halagador profesional ha querido coronar el atril de Juanma con unos laureles que siempre se han reservado para los poetas inspirados, los atletas victoriosos y los soldados heroicos. Demasiado para un presidente que, por ahora, lo único que ha demostrado es que el PP no se come a ningún niño crudo.
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