¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La aldaba
Hay politólogos capitalinos que consumen minutos de radio y televisión en explicar qué es el sanchismo. Se escuchan a sí mismos, se reiteran y marean la perdiz con suma habilidad y, por supuesto, abusan de los términos preferidos de la jerga tertuliana: polarización, transversal, resiliencia, co-gobernanza y otros. El sanchismo tiene como objetivo número uno el mantenimiento en el poder por el poder, sin necesidad de ideología y con descaro a la hora de maniobrar como sea necesario con tal de cumplir la meta inicial. No existe el recato en la colocación de afines en los puestos, en el intento de acallar voces críticas, en la promoción de allegados ni, por supuesto, en la pérdida del perfil institucional que se exige a todo mandatario. La falta de recato es un requisito imprescindible. Puestos a enchufar, hagámoslo sin pudor. El sanchismo trata de controlar las instituciones, los medios de comunicación y las entidades civiles que tengan cierta influencia. El crítico es despreciado, orillado y tildado de radical si es preciso. Al sanchismo no le hace falta la mayoría absoluta, pero se comporta como si la tuviera. Basta con amanecer otro día más en lo alto del machito, ensoberbecido por una ingesta generosa en la primera taberna del poder, encapsulado en la cohorte que impide al reyezuelo ser consciente de su desnudez, aplaudido tanto por los bufones a sueldo como por quienes aspiran a esa condición y siempre, siempre, con el paraguas abierto... porque ya escampará. El sanchismo digiere las críticas como una cuadrilla de costaleros una ración de ensaladilla con salmonela en la semana de pasión, como ocurrió el año pasado en un afamado bar del centro.
El sanchismo cree que todo el mundo tiene un precio y sólo hay que encontrar al perito que haga la tasación. De entrada se parte de una generosidad cateta por desahogada para repartir dádivas encaminadas a acallar a los posibles rebeldes. Unos pican el cebo, otros no. ¿Existe sanchismo en Sevilla? Sí, pero no precisamente en el PSOE, sino en el gobierno de la ciudad. Y es bueno que los ciudadanos lo sepan en la capital donde nadie conoce a nadie pero donde todos sabemos quién es cada uno. El sanchismo tiene una curiosa versión al modo hispalense que ha entrado por cierto sector del centro-derecha. ¡Si es que Sevilla tiene un color especial! Nunca hemos apreciado tanta e irresponsable falta de perfil institucional. En año y medio se han normalizado conductas y reacciones propias de la actual Moncloa, un caso inusual en la vida municipal. Y tememos que esto no ha hecho más que empezar. La cofradía de la degradación sale con lentitud encabezada por el estruendo de una banda... de música.
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