La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Hemos importado el Aperol Spritz a nuestras ilustres tabernas y distinguidos restaurantes, pero no seguimos el ejemplo de tantas ciudades europeas de tener retretes relucientes porque se cuida especialmente la salubridad de los urinarios. Da gusto viajar por el viejo continente y comprobar que los baños tienen una persona que se encarga especialmente de que todo este en orden: el sanitario, la toalla o el papel higiénico, la luz, el pestillo, la ventilación, etcétera. Da verdadera vergüenza entrar en algunos servicios de la Muy Hostelera ciudad de Sevilla y tener que andarse con más precaución que cruzando un puente colgante. Estaría bien establecer una suerte de emblema para destacar no solo que el bar tiene no sé cuantas estrellas, salón interior refrigerado, paellas por encargo y esa estupenda frase de “carnes a a la brasa y pescados y mariscos de la bahía”, sino también urinarios limpios. Haga memoria de cuántas veces ha ido a lavarse las manos y no sólo no hay toallas, sino que el botón del secador está hundido y, por supuesto, con una quemadura de cigarro que revela el tiempo que el aparato está condenado al descuido. La limpieza en el locum, aseo, retrete, letrina, servicio, baño o excusado tiene que ver mucho no solo con la diligencia del tabernero, sino con la educación de los clientes. Una ciudad se conoce no sólo por sus mercados y el cementerio, sino también por el estado de los aseos públicos, que son prácticamente inexistentes en Sevilla, salvo los del Parque de María Luisa y los efímeros de Semana Santa o la Calle del Infierno. Uno es reacio a visitar bares nuevos porque es de sota, caballo y casi me sobra el rey. Y no lo digo ni mucho menos por Felipe VI, a quien Dios conceda larga vida y mucha suerte. Pero si hay que acudir a una taberna nueva conviene interesarse por la calidad de la ensaladilla, la croqueta y el estado de los aseos. Es la tríada que no falla.
Hemos mejorado mucho en la salubridad de los suelos de los bares, antaño con serrín, cáscaras de cacahuete, azucarillos y colillas. No concebimos ya un bar con el firme sucio, pero nos callamos ante un aseo asqueroso, sin rollo de papel, con la taza sin tapa y con la cisterna averiada. En cambio son magníficos esos en los que figura el control horario de la última limpieza con la firma de la persona que lo ha dejado todo en perfecto estado. Pero son casos muy reducidos. En Sevilla aceptamos el malajismo y los servicios sucios con esos silencios que son seña de identidad de la ciudad. Menos Aperol y más Taifol en algunos bares.
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