La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lección de Manu Sánchez
En las negociaciones entre el gobierno español y el venezolano para que Edmundo González fuera trasladado a España tuvieron especial papel José Luis Rodríguez Zapatero y Delcy Rodriguez. Qué raro, podrían pensar algunos, porque Zapatero no es miembro del Gobierno español. Se equivocan. No tiene ningún papel pero asesora a Sánchez en todo lo relacionado con Venezuela, no solo porfque mantiene una buena relación con Nicolás Maduro sino que es uno de sus principales colaboradores.
Hoy es impensable que en el Gobierno socialista se tome una decisión sobre Venezuela sin contar, o al menos consultar, con Zapatero. En cuanto a Delcy Rodríguez, la mujer que junto a su hermano Jorge mueve los hilos de la política venezolana, con Diosdado Cabello en muy segundo plano.
Todo lo relacionado con la salida de Edmundo González de Venezuela huele tan mal que el Gobierno empieza a señalar ya al embajador español como chivo expiatorio.
Edmundo González estaba refugiado en la embajada española, y Delcy negoció con la intermediación de Zapatero el traslado a Madrid, donde González iba a gestionar su documentación como asiliado político. Bien. Menos bien es que antes de salir acudieran a la embajada los hermanos Rodríguez para hacer lo que se ha contado, presionar al venezolano para que firmara un papel reconociendo la legitimidad de Maduro como presidente. Una operación tan impresentable, tan difícil de superar para un hombre de más de setenta años con su familia en peligro, como le recordaron, que solo pensar que que el gobierno español estuvo implicado en esas amenazas causa espanto. Así que no han tardado en aparecer los signos que acabará señalando al embajador Ramón Santos.
Apuntar al embajador es no conocer nada de cómo funciona la diplomacia, más aún cuando se trata de un asunto de envergadura, de consecuencias imaginables. El embajador, con toda seguridad, no ha tomado una sola iniciativa por sí mismo. Ninguna. Es impensable que no consultara al ministro, es probable incluso que el propio Albares comunicara al presidente del Gobierno cuál era la situación, incluido el hecho de que los hermanos Rodríguez habían solicitado entrevistarse con Edmundo González en la sede española. Evidentemente, no para despedirlo con un afectuoso abrazo y desearle lo mejor en su estancia española.
Se trataba de un encuentro de gran calado político en el que el embajador no tenía más papel que garantizar que Edmundo Gonzáles fuera tratado como merecía, por su situación de presidente electo no reconocido por Nicolás Maduro, y también de hombre de avanzada edad que, si no tuviera la protección de la embajada española, ponía en riesgo su vida. Solo eso. Todo lo demás que gira en torno al traslado de Edmundo González a España es responsabilidad directa del ministro de Exteriores y del presidente de gobierno. Y algún día tendrán que explicar qué se negoció con los Rodríguez, y si defendieron con fuerza los derechos de una persona perseguida por un régimen que se negaba a aceptar que había ganado ampliamente, limpiamente, las elecciones presidenciales.
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