Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nuestro maravilloso Elon
Lejos de mí arremeter contra los supermercados, que tanto servicio nos dan; pero qué gozada superior hacer la compra en el mercado de abastos. Mi hija, que me acompaña, está deslumbrada por el cariño y la guasa entre tenderos y clientes. El gozo de comprar y vender es una feria, como describió Pemán: “Esta fantasía/ de comprar y vender y mercar/ entre risas, fiestas, coplas y alegría/ juntando a la par/ negocio y poesía…”.
Además del placer de vivir la comunidad en su más bulliciosa expresión, en las conversaciones brota el sentido común, el instinto colectivo, incluso la constitución silenciosa. Se habla en la cola de la pescadería sobre el caso de Imane Khelif, deportista de Argelia que ha reventado el cuadrilátero del boxeo femenino, y que va a disputar la final con Lin Yu-Ting, practicante del boxeo femenino que también tiene cromosomas XY, antaño característicos y exclusivos del hombre varón.
¿Alguien pregunta qué es, si ella, él, elle…? Y alguien responde que “illo”: la manera coloquialísima de usar el coloquial quillo, que viene del amistoso chiquillo. O sea, un diminutivo 3.0, que pone, de soslayo, un velo de simpatía sobre la sospecha general de que se trata de unos hombres que le están echando algo de cara al asunto.
Y descuéntese el reproche personal, por favor. Habrá delicadas razones biográficas y psicológicas detrás de cada caso, que no entro a juzgar; pero es labor del comité olímpico y de las federaciones mantener unas reglas que eviten los abusos y destruyan el deporte. En los laberintos morales, hay que defender siempre el bien o los bienes mayores. Que la final de boxeo femenino la disputen dos illos lo dice todo. La boxeadora búlgara Svetlana Staneva, tras ser derrotada por Yu-Ting, hizo el signo de la X para dejar claro que ella sí es una mujer. Será el símbolo del nuevo feminismo, que demandan estos tiempos.
Todo deporte se enfrenta al reto de una inherente tensión interna: alguien tiene que ser mejor, pero en la máxima igualdad de condiciones. Las regatas con barcos con las mismas características son un gran avance y el ajedrez es el deporte más igualitario que existe, todos con su reina, sus alfiles, sus ocho peones… Pero, incluso en esas disciplinas, se diferencia entre sexos. Que la ideología postmoderna haya subvertido esa garantía básica de la competición y de la mujer es contraproducente en todos los deportes y, en algunos, peligroso.
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