La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
La aldaba
Ahora que ya se han pronunciado los reconocidos expertos y hasta los que ejercen de Antoñita la Fantástica gracias a ser hábiles ladrones de oído o incluso mostrando destreza en la manipulación de los troqueles, podemos detacar quizás el aspecto más interesante por menos común de la figura de Pepe Luis Vázquez Silva. Un sevillano discreto, sereno, se podría decir que de ruan aunque fuera, cómo no, de la cofradía familiar de San Bernardo. Una discreción elegante para triunfar algunas tardes y para asumir algún doloroso traspies como aquel toro devuelto a los corrales en mayo del 92, cuando sufrió durísimos titulares de prensa y recordamos con precisión que no descompuso la figura ni exhibió ninguna protesta o gesto airado. Se intuía que sufría cuando tocaba, pero con discreción. Conoció el éxito y lo vivió... con discreción. Lo tenía absolutamete todo para ser un personaje de la sociedad sevillana, con acceso a todos los círculos abiertos y cerrados. Pero eligió la discreción natural, la finura, el sosiego. Tan discreto que murió un viernes de finales de julio, ejemplo que resume una vida. Se notaba que era torero de lejos, un perfil estético que comienza a ser infrecuente, porque ya hay toreros, como hay tenistas, que no lo parecen. Prefieren la provocación, el mamarracho, la transgresión facilona.
Por sus obras los conoceréis. Y a Pepe Luis Vázquez lo conocimos por su estilo personal. No había más que observar. Era lo contrario al estruendo y al histrionismo, al revoloteo y el deslumbramiento de los focos, a la exposición gratuita y el actuar tronante. Era el ejemplo de esa otra Sevilla que no busca el estar por el estar, pues le vinieron dadas muchas ventajas por la casa en que nació, pero quiso ser torero, con todos los riesgos que supone, y vivir de muros hacia dentro, como si nunca hubiera perdido la tranquilidad del chalé familiar del emergente Nervión de los años 60. Para muchos aficionados serios fue un verdadero regalo que el hijo del mítico Pepe Luis lograra mantener el sello que ansiaban que nunca muriera. Pero no solo continuó con ese timbre de gloria, sino que dejó una forma de ser y de enfocar la existencia en la que también fue un hijo ejemplar: la de la discreción. Hablaron sus faenas tanto como su forma de vivir. Hasta se anunció en la plaza de Lloret de Mar. Hizo el viaje en autobús, con el esportón a cuestas y en compañía de un solo banderillero. ¿Dónde estaba Pepe Luis todos estos años? En el campo. ¿Donde murió? En el campo. ¿Cuándo? A la hora en que media ciudad busca la costa y la otra media la sombra. Como si no quisiera molestar, como si quisiera pasar desapercibido. Nos quedamos con lo que vimos. Una serena naturalidad en las luces y en las sombras. Una vida de ruan para un nazareno de capa. La discreción es quizás vivir en paz consigo mismo. Tener derecho a tus reflexiones sin que salgan del fuero interno. Tan simple como difícil. El toreo mismo.
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