La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
RELOJ DE SOL
ESTAS elecciones confirman la distancia entre los candidatos y la realidad. Aunque ya no se puede hablar de candidatos, porque significan, apenas, una sombra alargada de un andamiaje mayor. Así, no hay un personalismo que haya logrado imponerse a la propia línea de ningún partido, a su discurso orgánico y también su cansancio. Normalmente, ese mismo discurso se ha vuelto monolítico, irrespirable y sombrío, salvo para los propios convencidos; pero en las elecciones no se trata tanto de aludir al temperamento de los militantes, como de poder favorecer el diálogo interno, acercar posturas o mostrarlas en una transparencia intermitente que nos pueda nombrar. Pero aquí no hay diálogo, y por eso se incrementa la distancia entre los partidos y la gente, que sigue siendo la que tira del carro precisamente por eso, porque es la gente, como se lee al final de Las uvas de la ira: porque somos el pueblo, avanzamos nosotros.
La sensación de que en ese avance estamos solos, de que la acción política se aleja de la descorazonadora realidad, se ha vuelto a hacer patente en estas elecciones autonómicas gallegas y vascas, con la bajada de la participación, por un lado, y el tono desapasionado, por otro. Un país que tenía las plazas y las calles repletas de pancartas hace no demasiado, con la gente bramando -y dialogando, reflexionando, opinando- sobre la necesidad de una regeneración democrática, asiste ahora al ahogamiento, por asfixia y mareo, de lo que significó en su día el 15-M, como forma de conducta estructural de unos ciudadanos que se habían decidido a serlo definitivamente. Ahora, quien recupera la sombra luminosa de aquellos días fértiles es el cineasta Basilio Martín Patino, con un documental titulado Libre te quiero, que se estrena en la Seminci de Valladolid. El que seguramente ha sido el director de cine más singularísimo, personal y brillante de las últimas décadas, con toda esa mixtura de géneros parlantes, ya había dirigido una maravillosa película sobre las calles de Madrid, titulada, precisamente, Madrid, en los días lejanos de OTAN No. Ahora aquellos gritos apenas se recuerdan, aunque sí se presiente la falla entre los ciudadanos y sus representantes, cada vez más opacos, enrocados y altivos, mientras vamos perdiendo nuestro Estado social.
Independientemente del resultado, y del fantasma independentista, a nadie parece preocuparle demasiado el ahondamiento del foso, ese abstencionismo convertido en un rasgo generacional. En la película El candidato, el propio Robert Redford, absorbido por el sistema que pretendía cambiar, pregunta a su jefe de campaña: "Ya soy senador. ¿Y ahora qué?". Ahora nadie parece cuestionarse las bases de ese sistema, ni la inercia cansina de una actualidad política que tiene más de partido interminable de tenis que de una verdadera reflexión. La desconfianza institucional es nuestra única certeza. Una vez más, todos perdemos.
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