La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Sevilla/El destrozo del patrimonio histórico es motivo de informaciones periodísticas con elevada frecuencia. Parece que no hemos avanzado nada desde los tiempos de la piqueta, que la democracia ha fracasado a la hora de cuidar aquellos valores que nos hacen únicos como ciudad y sin los que poco haría nuestra principal industria: el turismo. En tiempos de Franco se echaron abajo casas palaciegas, pero estos días se perpetra una barbarie en la Avenida de la Palmera. Al menos la decana del Colegio de Arquitectos de Sevilla, Cristina Murillo, ha alzado la voz: “La Palmera tenía un valor patrimonial y urbanístico que se está destruyendo poco a poco. Acabaremos teniendo una Avenida de Miami con palmeras de plástico”.
¡Bravo por la decana! Más claro, el agua de Lanjarón, pero en jarras, no en las botellas de plástico que pone la presidenta del Parlamento Andaluz a tiro de las cámaras de Canal Sur en el debate del presupuesto. Ya nos hubiera gustado que la decana hubiera podido impedir la edificación de la sede de su propio colegio, atentado ochentero en pleno casco antiguo, en el entorno de un Bien de Interés Cutural, pero se ve que la arquitectura de provocación no es patrimonio de ninguna década.
¿Quiénes se han preocupado por el patrimonio histórico de Sevilla en los últimos 50 años? Antonio Burgos, Joaquín Egea, Pablo Ferrand o María Isabel Gómez Oñoro. Y en un lugar destacado el duque de Segorbe con un rosario de saludables gerundios: restaurando, rehabilitando, salvando bienes muebles, proponiendo soluciones como la referida al convento de San Leandro... ¡Más de doscientas casas restauradas en toda su trayectoria! Una vida dedicada a esta labor, quizás con demasiada discreción. Al menos no hace mucho salió un interesante libro sobre su figura, escrita por un hombre libre como Albert Boadella. Se titula El duque (Espasa) y es digno de lectura. Segorbe representa hoy más que nunca el criterio en materia de salvaguarda de ese patrimonio material que hace de Sevilla una ciudad única, aunque cada día quede más expuesta a las garras de la globalización. A la gente sin criterio todo les parece precioso, como afirma el duque. Y he aquí el problema. Los defensores del patrimonio quedan como inflexibles, enemigos del progreso y de la supuesta modernidad. Nada como la falta de criterio para que alabemos nuevas construcciones insípidas en el centro histórico, o incluso provocadoras. Basta un ejemplo: que las Setas hayan sido aceptadas no es una prueba de éxito. ¡Qué remedio! Lean El duque, compendio de una sensibilidad única. Paseen por lo que todavía queda de la Palmera. Y prepárense para sufrir por todo lo perdido.
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