¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Acostumbrados a que el ruido supere la realidad, me temo que no somos conscientes de lo que estamos sembrando como normal cara al futuro. Repasemos. Unos trabajadores públicos se saltan las leyes establecidas democráticamente y lanzan un proceso con dinero de todos que supone la ruptura de la convivencia. Se les perdona con el argumento de recuperarla, pero no muestran arrepentimiento, venden el perdón como una conquista y proclaman que repetirán su delito. Ya hay quien en consecuencia plantea no pagar las multas en Cataluña, por considerar las infracciones como aportaciones a la causa del independentismo.
El caso Koldo revela no sólo que la corrupción se cultiva con éxito en los aledaños del poder, sino también que nuestros delincuentes se han quedado anclados en lo más cutre y casposo de la España de hace más de medio siglo. En la capital más moderna de Europa, el caso de la pareja de Ayuso muestra que a la derecha sigue sin gustarle pagar impuestos. En los próximos tres meses hay elecciones en Euskadi, donde ganará un partido nacionalista; en Cataluña donde lo hará el PSE, la izquierda republicana e independentista o la derecha nacionalista radical; y las europeas de las que saldrá vencedor seguro el Partido Popular. Los resultados serán celebrados por unos y otros según como les vaya, pero si algo van a demostrar una vez más es que vivimos en un país con más acentos propios que una voz común, y que esa diversidad ni nos une, ni nos enriquece como sociedad (algo posible y deseable), sino que está incrementando las diferencias, los agravios y las exclusiones. No hay más pluralidad, ni la riqueza que conlleva todo mestizaje, sino cada vez más reinos de taifas cerrados tras murallas medievales a todo lo que no sea de uno mismo. No es una sociedad más abierta y competitiva frente al futuro, sino una sucesión de patios cerrados y preciosos, pero con acceso restringido. Y el despropósito se promociona desde las trincheras de cada bando con insultos, voces airadas, descalificaciones y escasez alarmante de razones y llamadas al consenso. Resultado: los ciudadanos cabreados y decepcionados de políticos que son más hooligans que finos estilistas; el órgano máximo de los jueces incumpliendo la Constitución; la gobernabilidad en manos de quienes quieren destruir el estado. Ni se legisla, ni se juzga, ni se gobierna. Un día de estos aparecerá un Mesías que predicará retornar al Imperio de Felipe II para volver a ser grandes, y nos preguntaremos como pudimos llegar a tal disparate.
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